Hola, me llamo Rosy y estoy gorda.
Éstas son las dos cosas de mí que recuerdo desde que tengo uso de razón. No ubico un momento de la vida en el que no recuerde mi nombre, ni un momento de la vida en el que no recuerde batallar con mi peso.
Al crecer me hice consciente de ello, porque mi mamá y yo tuvimos que abandonar el departamento de ropa de niñas mucho tiempo antes de que yo dejara de serlo; porque odiaba la clase de deportes y porque, aunque no sabía exactamente ponerle nombre, muchas veces sentía ese revoltijo en el estómago que te llega cuando te das cuenta de que eres diferente.
La gordura y la soledad
La adolescencia llegó y yo no fui de esas niñas que perdieron los kilos que les sobraban al dar el “estirón”. De hecho aboné unos más a la cuenta para que los otros no se sintieran tan solos. Pero sin importar lo que hiciera, la que estaba sola era yo.
Siempre tuve muchas amigas, pero hay una soledad especial que te llega cuando nadie más se ve como tú. Alrededor de los quince, la capacidad de identificarte con alguien, te permite reconocer por primera vez quién eres al verlo en los demás, pero ¿qué pasa entonces cuando nadie más se ve como tú?
Falta de representación
Nadie se ve como tú en la vida real, nadie se ve como tú en tus programas favoritos, nadie se parece a ti en las revistas, porque todas son mujeres delgadas, y ellas podían ser astronautas, princesas guerreras, hermosas amas de casa, fuertes mujeres de negocios… ¿Y las gordas?
Pues bueno, si tenías suerte de que alguna apareciera, eran eso: GORDAS. Salían en anuncios de pastillas de dieta, eran el centro de todos los chistes o, en los mejores casos, te encontrabas con la gorda mala terrorífica del cuento (perdóname Úrsula por tardar tanto tiempo en entender que eras TAN fabulosa que necesitabas ocupar más espacio en este mundo).
«Hay una soledad especial que te llega cuando nadie más se ve como tú»
Resulta entonces que, con tan maravillosas opciones para identificarte, aprendías que si eras gorda sólo podías hacer todo por eliminarlo o hacer todo por esconderlo, mientras menos visible fueras mejor, así como en la tele, así como en las revistas, así como en la vida.
En este caso ser más te hacía menos. Gorda era todo lo que eras, y eso era malo, si querías ser parte del juego tenías que vestirte para el papel y parecía que no había ropa de tu tamaño.
Reflejando lo que ves en la TV
Pasé mucho tiempo de mi vida con esas ideas, las haces tan parte de ti que dejas de poder ver que es un mensaje que viene de fuera, para empezar a creer que es una convicción propia y terminar con la certeza de que es una verdad absoluta.
Te empiezas a ver a ti misma así y repites lo que viste en la tele. En tus pláticas de todos los días sacas a relucir cuándo empezarás una dieta, aprendes a reírte de ti antes de que lo hagan los demás y empiezas a entender que mientras no pierdas peso las historias de éxito y amor no serán para ti.
Los medios como intérpretes de la realidad
La importancia de los medios de comunicación es que son intérpretes de nuestra realidad. Las películas, las series y las revistas nos muestran cómo “idealmente” debería ser la vida.
Nos permiten tener una ventana a otras vidas, poder abrir los ojos a otras opciones y, tienen tanto alcance, que normalizan lo que ahí se muestra, conectan la visión de mucha gente en distintas partes del mundo y forman creencias colectivas.
La falta de representación te deja fuera, te manda indirectamente el mensaje de que tú no tienes derecho a ser visto y que lo serás únicamente cuando llenes esos estándares. Que no eres bella y que por ti sola eres tan grande que nadie quisiera ver tus muslos magnificados en una pantalla.
Descubriendo otra forma de representación
Hace un par de años estaba checando el Instagram y siguiendo esas cuentas con nombres espantosos como “fat to fab” y todos esos juegos de palabras, y de pronto encontré una de una modelo de tallas grandes, Daisy Christina, posando en una foto muy distinta a las que veía en las tiendas en donde compraba las carpas gigantes bajo las que me escondía.
Esta mujer estaba acostada de lado en el piso, tenía un bodysuit de lencería negro y veía directamente a la cámara como si fuera la última Coca del desierto.
La foto era en blanco y negro, y la verdad es que podría escribir un libro con cada uno de los detalles, porque además de que se tatuó en mi cerebro, la guardé en mi iPad, como quien se encuentra la foto de una aurora boreal, como quien guarda una imagen porque no sabe cuando se va a volver a topar con ella.
Me da mucha pena aceptarlo, pero la primera vez que la vi no estaba impresionada por su belleza, sino porque no podía creer que alguien que pesaba tanto –sino es que más que yo– hubiera dejado que le tomaran una foto en ropa interior y que además se viera cómoda y segura de sí misma.
¡¿Una modelo gorda?!
Cuando la empecé a seguir en Instagram descubrí que esta mujer, era ¡¿MODELO!?, ¿modelo de qué?, ¿de un restaurante de comida rápida? Y además no eran sus aires de grandeza, ella pertenecía a varias agencias de modelos que tenían secciones de tallas grandes.
De pronto, de una sola encontré al menos a veinte mujeres diferentes, todas de tallas grandes, todas modelos. Sobra decirlo, descubrí Narnia.
Al inicio no podía dejar de ver sus fotos porque no podía creer la seguridad que tenían en sí mismas, lo cómodas que se veían dentro de su propia piel, lo sensuales que algunas posaban en sus fotografías, y ni una sola estaba pidiendo disculpas, ni una sola estaba hablando de perder peso, ni una sola dejaba que ser gorda las definiera.
Ni una sola hablaba de su cuerpo como un gran defecto por erradicar. En ese momento, no sabía si quería verme como ellas, pero DEFINITIVAMENTE quería sentirme como ellas.
Encontrarlas fue encontrar un oasis en medio del desierto en un momento en el que yo ya no podía más, pues esconder tu cuerpo y tratar de desaparecerlo es un trabajo cansado y de tiempo completo.
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Nuevos role models
Mi favorita entre todas ellas, es Ashley Graham, porque ella además de modelo es una gran promotora del body positive, una mujer que sabe que su felicidad puede ser un mensaje de esperanza y amor para otras.
Gracias a ella encontré a muchas mujeres de tallas grandes que aceptaban que eran GORDAS, imagínate el shock al encontrarme esto en un momento donde para mí eso seguía siendo un insulto.
Prefería cualquier día de la semana ser definida como GRANDOTA, rellenita o incluso fea, pero gorda nunca.
Un cambio importante
Muchas de ellas eran mujeres que habían decidido dejar de sentir pena por ellas y aceptar que amaban la ropa, por lo que se negaban a vestirse con carpas para ponerse bikinis, blusas de rayas horizontales y buscar tiendas departamentales que les ofrecieran lo que se merecían: utilizar la ropa como su medio de expresión, como todos los demás lo pueden hacer.
Se tomaban fotos en los cuartos de su casa, sonreían a la cámara, no tenían miedo a los trolls de Internet, demostrando que incluso hoy en día una de las revoluciones más grandes que puede hacer una mujer es amarse a sí misma.
Algo sucedió conmigo, que no puedo explicar qué fue o cómo se dio, pero llené mi Instagram y mi Facebook de imágenes de estas mujeres que celebraban sus cuerpos, que se sentían sensuales, que eran modelos, fashion bloggers y cualquier cosa que se propusieran.
Con el tiempo empecé a verlas bellas, realmente hermosas, pude dejar de pensar en sus brazos gigantes o en sus muslos obesos y empecé a verlas como el todo que eran. Mujeres hermosas, sin importan el tamaño que tuvieran.
Aprendiendo a querer mi cuerpo como es
Un día de esos estaba sentada comprando ropa desde la seguridad de mi computadora, y vi un hermoso bikini negro. Me reí, como cuando una idea te causa gracia por lo irreal que suena, y cambié de departamento, pero sin darme cuenta en menos de cinco minutos había regresado a él.
Pensé en cada una de ellas, en Ashley Graham, en Gabi Gregg, en Nadia Aboulhosn, y por un momento dejé de sentirme sola.
La manera en la que ellas vivían su vida me dio valor y recuerdo haber pensado claramente “si ellas pueden hacerlo, yo también”.
Con esa misma idea me atreví a hacer muchas cosas: usé crop tops, no le tuve miedo a los leggins, me compré mi segundo, tercer y cuarto bikini, y de pronto pasó lo más inesperado: me sentí bella.
En algún momento, sin darme cuenta y silenciosamente, de tanto verlas, felices, plenas, completas y hermosas, entendí que si yo me parecía a ellas, entonces yo también podía ser así.