Existe un taller de eyaculación femenina para conocer nuestras vulvas y su poder

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Imaginemos que en los siguientes días sale a la luz la siguiente noticia: las mujeres pueden flotar, elevarse en el aire y moverse por las calles como si viajaran en una nube voladora. Las primeras investigaciones revelan que, sorprendentemente, esto es algo que ha sucedido desde el inicio de los tiempos. La mayoría de las mujeres lo comienzan a experimentar desde la pubertad y aproximadamente la mitad de la población femenina flota.

La comunidad científica está vuelta loca. Artículo tras artículo y libro tras libro intentan explicar, describir y comprender la fisionomía detrás de la habilidad de las mujeres que flotan. Poco a poco, surgen mujeres que confiesan que lo llevan ocultando por años. Otras, desmienten los datos pues algunas comenzaron a flotar a los 30, otras hasta los 60 años de edad. ¡¿Qué porcentaje de las mujeres en realidad tiene la capacidad de flotar?! Y si yo soy mujer y no floto, ¿puedo lograrlo? ¿Dónde me apunto para aprender?

Sé que este escenario suena exagerado, pues si las mujeres pudiéramos flotar desde que existimos como especie no nos enteraríamos hasta ahora. Pero nunca puedo explicar, si no es con historias fantásticas y teatrales, cómo fue mi experiencia cuando hace dos años me enteré de que las mujeres eyaculan y que llevaba 24 años ignorando este hecho. Y que la eyaculación femenina, era solo la punta del iceberg de todo el desconocimiento que podía tener de mi propio cuerpo.

Descubriendo la eyaculación femenina

Como muchas otras mujeres, escuché de este tema  a través de las palabras de Diana J. Torres en su libro Pornoterrorismo. Pero mi acercamiento a este tema cambió por completo cuando el año pasado, exactamente el 8 de marzo, Día internacional de las mujeres, Diana liberó su libro “Pucha Potens” y lo presentó acompañado de un taller práctico de eyaculación femenina.

Cuando Diana vino a Guadalajara, por su puesto que me inventé las excusas necesarias para no alcanzar a ir a su taller. Y es que una cosa es leer y hablar sobre el tema, y otra muy distinta es ver y tocar el propio cuerpo en un cuarto lleno de desconocidas, o peor, conocidas.

Si tú, lectora, mientras lees todo esto piensas que jamás te atreverías a asistir a un taller práctico de eyaculación femenina, no te juzgo, te entiendo desde lo más profundo de mi ser porque yo no me atreví y necesité de empujones soróricos para entrarle al juego.

Perdiendo el miedo

Lirba Cano, una de las feministas que más admiro de Guadalajara, conocía sobre mi interés por el tema y me invitó a replicar el taller de Diana en Herética Fest, un festival que organizaba Cuerpos Parlantes, un espacio feminista y de investigación urbana. ‘Pero yo no soy Diana’, pensaba.

Yo no puedo dar pláticas topless y firmar libros con mis labios mayores o hacer litografías de mis pezones. Mucho menos introducir cosas en mi vagina para después expulsar medio litro de eyaculación frente a un público.

Lirba me animó y me recordó que no estoy sola y lo importante que es que existan este tipo de espacios. Después de platicar con ella, me quedé pensando en una parte del taller que implica ver nuestras vulvas proyectadas en la pared. Entonces se me ocurrió preguntarle a mi pareja si alguna vez había visto el pene de algún amigo. “Uy sí, el de todos. En las fiestas jugando a ver quién orina más lejos. En la playa nos metimos a nadar desnudos. Y en la secundaria lo enseñaban espontáneamente nomás por molestar”.

Tuve una mezcla de envidia, indignación y motivación al darme cuenta que yo no le conocía la vulva a ninguna de mis amigas, en cambio, entre los hombres está muy normalizado verse el cuerpo desnudo. Decidí que eso tenía que cambiar.

Empezando en confianza

Platiqué sobre todos mis sentimientos y pensamientos con mi mejor amigue, El (El se identifica con género no binario, por lo que uso pronombres neutros). Le expliqué que estaba más nerviosa por el taller que cuando debuté con los besos de lengua. Pero más que nerviosa estaba enojada porque nos han enseñado a las mujeres a esconder nuestros cuerpos, especialmente nuestros genitales.

El me propuso iniciarlo solo nosotres dos. Nos queremos y llevamos años conociendo todo de nuestra vida, era hora de vernos las vulvas, encontrar los orificios eyaculatorios y comenzar a romper esos límites históricos de conocernos el cuerpo.

Logramos ver nuestras vulvas, y aunque en un inicio con nerviosismo, terminamos haciéndolo con el más grande afecto y respeto. Esto terminó de darme la energía y la seguridad necesarias para el taller, me sentí muy aceptada, querida y empoderada, y eso era algo que quería compartir con las demás.

Llegó el día del taller, el cual constaba de dos partes: la teórica y la práctica. Nos presentamos y dijimos cómo estábamos. La mayoría estaban igual o más nerviosas que yo. Una de las asistentes, tras presentarnos, preguntó al grupo: “¿alguna de ustedes ha pensado que su vulva es horrible? Porque yo sí”. Muchas, si no es que todas, asentimos.

Pasamos a la parte práctica en donde, ahora sí, teníamos una cámara apuntándonos a la entrepierna. Esto se hacía en el mismo salón, con el fin de encontrar los orificios eyaculadores. Pasamos una por una a tocar, abrir y mover los labios de nuestra vulva para verla detenidamente proyectada en la pared.

Reconocimos nuestra anatomía, pero sobre todo, y sin estar planeado, empezaron a llover las impresiones sobre cada una de nuestras vulvas: “yo también tengo los labios largos, ¡y está bien!”, “¡qué bonita!», “la tuya parece flor”. Entre aplausos espontáneos y “Awwws” se fue creando el espacio más sorórico en el que jamás estuve.

Nunca había escuchado tales descripciones, elogios y palabras de amor hacia un genital como ese día. Mi habilidad de redacción poética no me da para describir las emociones y lo poderoso que fue ese momento.

Explorando en sororidad

Mientras sucedía todo esto recordaba a la chica que hizo la pregunta sobre si pensábamos que nuestra vulva era horrible (la de ella fue comparada con una rosa, por cierto). Alicia, amiga y participante, escribió un texto sobre este tema- ¿Cómo sería la relación con nuestro cuerpo y erotismo si recibiéramos palabras como estas desde jóvenes?

El resto del taller y las actividades las pueden encontrar en Pucha Potens. Comparto solo esa parte del taller porque me interesa enfatizar lo relevante que es acercarnos a este tipo de experiencias y grupos.

Conocer sobre nuestra sexualidad, contarnos nuestras historias con la eyaculación femenina o nuestro pensar sobre nuestros genitales y gestionar espacios de mujeres para hacer todo esto es una tarea demasiado importante para que solo unas cuantas nos dediquemos a hacerlo.

No hace falta ser expertas. Lo único que se necesita es reunir a unas cuantas amigas y conocidas, con el pretexto de hablar de eyaculación (o sobre el clítoris o la vulva o, vaya, nuestros cuerpos), para ser partícipes en la creación de información y de recaudar experiencias sobre estos temas y cualquier otro que involucre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad.

Tenemos una deuda histórica con nosotras mismas. Comencemos por ver nuestra vulva sin miedo y ver otras vulvas apreciando y conociendo su diversidad. Nos debemos dejar la vergüenza que nos enseñaron para esconder y a aborrecer nuestro cuerpo. Nos debemos conocer nuestra próstata y su relación con la eyaculación femenina. Como diría Rebeca Lane, nos debemos el placer de romper las ataduras.

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