Más allá de la representación como algo que «celebrar»

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Esta reflexión sumamente personal de Waquel nos lleva a repensar lo que entendemos por la «representación» de personas racializadas y marginadas en los medios masivos.

Recientemente fui expuesta a la cancelación en Twitter —que pareciera la nueva plaza pública para condenar— por afirmar que la representación no significa nada más que asimilación y captura dentro de este mundo gobernado por el heterocapitalismo y el dinamismo de mercado a través de la gestión de las identidades.

Se armó toda una narrativa falaz y tergiversada sobre la imagen que compartí, donde una persona adulta afirmaba que la «representación importa» junto a la foto de une niñe afrodescendiente próximo a la pantalla donde salía un personaje negro de la película Encanto.

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Se construyó una interpretación engañosa de mi publicación en donde incluso hubo quien dijo que me oponía a la felicidad del niñe.

Lejos de criticar la imagen, mi observación era sobre la narrativa superficial de creer que la representación es un «logro y avance» sin considerar que en realidad es una estrategia de Estado, del poder privado y los medios de comunicación para «modernizarse» y verse «progresistas», mientras que en realidad no promueven cambios estructurales, manteniendo los sistemas de opresión que generan dolor para quienes no se encuentran «representados» en las pantallas.

En un panorama donde el poder siempre captura para fines de reactualización, es necesario preguntarnos ¿la representación realmente importa en un contexto global de racismo estructural, de brutalidad policial, de perfilamiento racial, de encarcelamiento masivo de personas racializadas, de persecución de personas migrantes en las fronteras y de graves violaciones de libertades fundamentales de personas precarizadas y no blancas en la región?

La representación no es lo importante

Todas queremos vernos reflejadas, de ahí surge el sentido de comunidad y las coaliciones más potentes que articulan a colectivos capaces de transformar contextos y realidades sociales.

No estoy en contra y nunca lo estaré de que haya actrices, cantantes, médicas, pintoras, diseñadoras… negras, marikas o con discapacidad en medios masivos. No prendo la TV y digo: «miren, Viola Davis no debería estar ahí», aún sabiendo que es una de las actrices más extraordinarias de nuestros tiempos (y a la que no le pagan como tal por el enorme racismo y sexismo en la industria del cine).

Esto quiere decir, pensando en Michel Foucault, que nadie está fuera del poder, nadie está fuera del capitalismo, de la colonialidad, todas estamos dentro y lo único que nos queda es resistir.

No importa el lugar que estemos ocupando, el capitalismo organiza el mundo, es un modelo globalizado de explotación humana y de recursos que se sustenta sobre jerarquías raciales, sexuales y funcionalistas, que se sostiene sobre personas negras, marikas, trans y hetero-corpo-disidentes.

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Por eso creo que es un error pensar a la representación como parte de un proyecto antirracista. Al contrario, hoy más que nunca necesitamos señalar las acciones superficiales de las industrias publicitarias, televisivas, estatales y privadas que se pintan de rosa, morado o arcoiris para verse inclusivas, pero sin mover un ápice de las relaciones de poder que subyacen en sus organizaciones.

Creer que estar en contra de la representación como estrategia de asimilación es igual a estar en contra de que personas negras o de comunidades históricamente marginadas ocupen cada vez más espacios es un falso dilema. Este pensamiento dicotómico es colonial.

Lo que critico no es que hagan caricaturas con personajes negros, sino que la industria del entretenimiento estadounidense del Mundo Mágico de Disney construya imaginarios de igualdad, inclusión y diversidad cuando las personas racializadas siguen muriendo y viven precarizadas y discriminadas.

Es necesario negarnos a la representación como política mientras se mantiene una postura hipócrita como política pública de parte de los aparatos ideológicos del Estado (pensando en Althusser) que vende la ilusión que «vamos bien, avanzando, mejor que antes, que ya al menos hay personajes racializados», mientras los Estados siguen perpetuando el racismo, la colonialidad y el capitalismo como modelo de explotación.

La representación es una ilusión de Estado

Me gustaría centrarme sobre la representación como estrategia mediática, de Estado y privada que tokeniza el heterocapitalismo y vanguardiza los regímenes de opresiones como el racismo, el patriarcado blanco, el capacitismo y la modernidad.

Sobre la inclusión, Ochy Curiel, feminista decolonial, afirma que la inclusión es liberal, porque la inclusión no cuestiona la existencia de las estructuras que generan racismo, explotación, heterosexismo y capacitismo sobre ciertas personas, sino que las deja intactas. Así, la inclusión busca insertarse dentro de las estructuras modernizadoras mostrando el sistema más igualitario pero manteniendo las mismas relaciones de saber-poder.

En otras palabras, la búsqueda de la inclusión, la igualdad y la diversidad son herramientas discursivas propias del sistema capitalista que, para no verse retrógrado, construye el sueño de la inclusión y de igualdad dentro de la colonialidad del capital.

En este sentido, la diversidad es liberal porque el capitalismo no solo quiere verse moderno, sino que también necesita ampliar sus mercados, el pinkwhasing y el purplewhasing son ejemplos de eso.

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Ver en marzo, junio y noviembre a los conglomerados, las industrias y a las instituciones de gobiernos desplegar sus banderas diversas y declararse lgbtifriendly y feministas no sucede porque se hayan dado cuenta de sus fascismos, sino para capitalizar segmentos pablacionales, ganar «dinero rosa» e incluso bombarderar países en nombre de la igualidad, la dignidad y la diversidad como lo hace el Estado colonial ocupacionista de Israel sobre el Pueblo Palestino.

¿En realidad queremos inclusión?, ¿dónde queremos ser incluidas?, ¿deseamos diversificar el capitalismo heteroracial?, ¿queremos ser el primer policía gay, la primera trans militar, el primer diputado no binarie, la primera gobernadora negra?

Los casos son innumerables. Y la representación es tan facha que nos hace desear lo que hemos prometido eliminar, un ejemplo es el de Rachel Meghan Markle, ahora Duquesa de Sussex, que en una entrevista con Oprah Winfrey, dijo que ahora las niñas negras sabrán que ellas también pueden formar parte de la monarquía.

Otro ejemplo es el de Kamala Harris, vicepresidenta de EU, quien a pesar de ser negra e hija de inmigrantes ha apoyado las políticas racistas anti-inmigrantes e islamofóbicas en Estados Unidos.

Interseccionalidad y representación

La representación en su afán de incluir, reivindica la marginación, la opresión y las diferencias, y no cuestiona el porqué de la existencia de personas marginadas y subalternizadas representadas. Es decir, reconoce la diversidad en términos de reconocimiento, pero no el hecho de que esas diferencias identitarias son producidas por el poder porque son necesarias para mantener las estructuras que oprimen.

Siguiendo a Ochy Curiel, creo que la representación es una trampa que nos saben muy bien vender el mantra de la interseccionalidad como dispositivo progresista de medios y de instituciones de Estado.

Ser interseccionales apelando a la representación y tener a pesonajes negros en la TV no cambia las cosas pero tampoco abona a nada, no existe transformación ahí.

Muchos dirán «aporta a un imaginario futuro donde les niñes y las personas racializadas se vean así mismos», y sí, pero lo que parece que no vemos es que justo está diseñado para eso: que reivindiquemos las diferencias como logros y el paradigma globalizador de la diversidad multicultural y aspiremos dentro de la colonialidad en ser parte, en ser incluidas, en ser representadas y no en su destrucción.

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Propongo que la crítica sea entender la representación de manera no ingenua, sino como herramienta ideológica de captura, integración y asimilación, en una lógica aspiracional e individual, que no representa a nadie más que aquel que ocupa el puesto.

Hay que dejar de insistir en la representación como acción de cambio porque no es nada más que una política de cuotas que reclama su lugar en los pactos del poder, y a estas alturas del juego, hay que saber que el poder no se desea, se combate (pensando en Deleuze y Guattari), y para eso hay que desactivar el deseo heterocapitalista que reproducimos conciente e inconcientemente al desear la idea de querer ser parte y no de querer abolir aquello que nos oprime.

Esto no significa que ataquemos, cancelemos y apedreemos a quienes ocupan en esos espacios. Decir que la representación no es igual a cambio, ni transformación ni avance, no es atacar a las personas.

Quiero terminar diciendo que quien escribe es una persona llena de contradicciones, no hablo desde ningún lugar de superioridad moral. Hablo desde la necesidad de seguir resistiéndonos y la posibilidad de articular críticas profundas que cuestionen, desestabilicen e interpelen aquellos entramados discursivos que aceptamos acríticamente, con el sueño de que el capitalismo racial y sus múltiples sistemas de opresión no sean nunca más una posibilidad a la cual aspiremos.

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