Por qué decidí ser una uniteta orgullosa tras el cáncer de mama

Karla Barajas se llama a sí misma «activista uniteta». En este texto, narra su experiencia con el cáncer de mama y su proceso para aceptar y amar la nueva versión de su cuerpo tras sobrevivir a la enfermedad. 

Por: Karla Barajas

Fue en marzo de 2018 cuando me dieron la noticia: «tienes cáncer de mama etapa 3 con metástasis en los ganglios de la axila (…) Sigue con tu vida normal». 

Sonreí y pensé: «¿cómo puedo seguir después de una noticia como esa?» Era imposible concentrarme en la rutina sin pensar que tenía un tumor de seis centímetros en mi chichi izquierda. 

Según datos de la American Psychological Association, recibir un diagnóstico de cáncer de mama es uno de los momentos más angustiantes por los que una mujer puede pasar, uno que vulnera la salud mental. 

A mí, el cáncer me trastornó y también a quienes estaban a mi lado. El cáncer de mama no es rosa, lindo ni romántico; tampoco es el tipo de cáncer «más fácil». Duele en las entrañas. 

En México, el cáncer de mama es una de las principales causas de muerte en mujeres. Y en el mundo, durante 2020, se registraron 2.2 millones de mujeres con este padecimiento, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Enfrentando al cáncer sin manual de instrucciones 

Los médicos me dijeron que era un tumor agresivo que crecía rápido. Teníamos que actuar pronto. Primero, me operaron para instalar en mi tórax un port a cath —un aparato conectado a una vena para inyectar la quimioterapia—. 

Al día siguiente estaba enchufada en mi primera de 10 sesiones. Ahí recibí una gran lección. Mi familia estaba a mi lado. Mis amigas se unieron en lo que llamé mi escuadrón suicida. A pesar de su miedo, tejieron una gran red para sostenerme. Cuánto amor recibí. Jamás imaginé que la gente me quisiera tanto. 

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Para mí, el cáncer es horrible, no hay un manual de instrucciones que te ayude a sobrellevarlo. Las noches se vuelven más largas, aparecen los monstruos que no dejan dormir. El cerebro va a mil por hora.

Quizás por eso decidí enfrentarlo desde el optimismo. Necesitaba reír mucho. Celebrar la vida. Eso me salvaba de los momentos oscuros, como cuando perdí el cabello; ahí fue cuando me di cuenta de que la enfermedad era real. 

Me pregunté «¿quién me va a querer calva y mutilada?» Después comprendí que soy más que un cabello largo y dos tetas. Pero igual fue doloroso y mi vanidad y seguridad se tambalearon. Sentía que mi larga cabellera era un gran atractivo.

Había días en que me pintaba la boca muy roja, me ponía grandes aretes que lucían geniales con mi calva. Otros, me quedaba en cama con dolor en el cuerpo y en el alma. 

A veces, me veía al espejo y me decía: «tengo cáncer». A veces, organizaba fiestas y reíamos mucho.

Despedirte del cuerpo como era 

Un día, el doctor me dijo que me harían una mastectomía radical, eso significa que te quitan toda la mama.

Dicen que fui afortunada porque tuve meses para despedirme de mi chichi izquierda. No lo sé, igual la lloré y la sufrí. 

La despedí en una gran fiesta con mis amigas. Le dije adiós con amor. Le agradecí todo lo vivido, incluido que se tuviera que ir para que yo viviera. También le pedí perdón por ignorarla.

Pero ver el espacio vacío después de la operación fue devastador. 

Poco a poco he aceptado mi nuevo cuerpo. Aprendo a amarlo todos los días. Ahora creo que todos los cuerpos son buenos y hermosos. Y el mío es genial. Tengo varias cicatrices que significan vida. 

Por eso decidí no ponerme una prótesis externa ni un implante, quería aceptarme así. Ahora soy una orgullosa uniteta.

«Dejé que la depresión me abrazara, no para quedarme siempre ahí»

Después de 10 sesiones de quimioterapia, una mastectomía radical y 32 sesiones de radiación, un estudio corroboró que el cáncer se había ido. 

En medio de la alegría de estar libre de la enfermedad, llegó lo que llamé el huracán emocional. Mi terapeuta me dijo que fue cuando «me cayó el 20». Bajé el ritmo y me hundí en la tristeza. 

En terapia descubrí que ser fuerte es maravilloso, pero también se vale deprimirse y no reprimirse. 

Hay quienes no pueden entenderlo y creen que con decir «échale ganas, ya pasó» es suficiente. Con respeto, les digo que no. 

Curar el cáncer del cuerpo y el alma toma tiempo. El dolor físico y emocional que viví, que aún tengo, me tomará tiempo dejarlo atrás. Y está bien. Soy luz y sombra, como todos. 

Dejé que la depresión me abrazara, no para quedarme siempre ahí, sino para hacer las paces y aceptarla. Para trabajarla.

Ahora intento no ser tan dura conmigo. Amarme. Darme prioridad y escuchar más a esa sabia interior. Esa voz en mi cabeza que es más lista de lo que pienso.

Con efectos secundarios por los medicamentos que tomaré por 5 ó 10 años, estoy en mi segundo año libre de cáncer. Lo agradezco casi todas las mañanas.

Qué gran lección me dio la enfermedad: vivir y evitar morir no es lo mismo. Vivir es disfrutar, es amar, reír, agradecer. Se lee fácil, pero no lo es, lo trabajo todos los días. Ya no quiero regresar a la vida normal. 

Aunque el cáncer siempre está en el espejo retrovisor, lo toreo, e intento vivir un día a la vez.

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