La resistencia está en la periferia

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En estas semanas se ha hablado mucho de la periferia… pero ¿qué es exactamente la periferia? No es solo un espacio físico, sino algo mucho más complejo.

Por: Fabiola Vazquez

La periferia es, por excelencia, el concepto favorito de los debates progre para  romantizar la precarización, pero en esa interminable disputa existe una confusión teórica acerca de qué conforma exactamente ese lugar abandonado por el  Estado. 

En Twitter comenzó a circular una imagen en la que todo lo que no está en azul es, por su ubicación, periferia. ¿Es cierto esto? Primero que nada, tenemos que aclarar que la periferia no es necesariamente geográfica, sino que también se habla de lo político y lo social.

La periferia, entonces, se relaciona con el desplazamiento y con la gentrificación, porque no está ahí simplemente esperando que lleguen personas, sino que nace a partir de que existe un sector de la población que es orillado a ocupar espacios designados solo para personas de su misma clase. 

Ahí se acumulan comunidades que se relacionan con la exclusión de los lugares céntricos, donde viven personas del sector privilegiado: no pueden mezclarse quienes tienen los medios de producción con quienes los trabajan. Ni política, ni socialmente ni territorialmente. Voltear a ver a la periferia  es voltear a ver a la clase obrera.  

Entonces… ¿qué es periferia y qué no?

Para entender la periferia, debe ser “concebida como carencia,  es decir, como sinónimo de pobreza e insuficiencia”((Hiernaux, D., y Lindón, Al. (2004). “La periferia: voz y sentido en los estudios urbanos “. Pap.  poblac [online], vol.10, n.42. pág. 115. Recuperado de:  https://www.dropbox.com/s/aksk7oia0chjwvo/v10n42a5.pdf?dl=0 [10 de mayor de 2021] Pg115)), porque su decadencia material está construida a partir de los beneficios de un sector en específico. 

Una zona como, por ejemplo, Coyoacán, no puede ser una periferia porque concentra un sector significativo de la clase  media y su acceso a servicios básicos no es, ni de cerca, insuficiente, pero Iztapalapa ((Coneval (2020). “Informe de pobreza y evaluación 2020”. págs., 70-71. Recuperado de: https://www.coneval.org.mx/coordinacion/entidades/Documents/Informes%20de%20pobreza%20y%20evalu aci%C3%B3n%202010- 2012_Documentos/Informe%20de%20pobreza%20y%20evaluaci%C3%B3n%202012_Distrito%20Federal.pdf [10 de mayo de 2021] ))sin  duda sí lo es, a pesar de estar alejada de las orillas, porque concentra la reserva de la fuerza de  trabajo y porque viven ahí personas en condiciones de pobreza, las marginales, las que se considera los “sobrantes” de la población. ((Ibidem, Hiernaux, D., y Lindón., pág. 113.))

La periferia funciona como una analogía del sistema: los ricos lo merecen todo, sus vidas, espacios y comodidades importan. Mientras que los pobres no merecen nada; un grupo de obreras y obreros que hacen diariamente dos horas de camino para llegar a su trabajo pueden morir en el descarrilamiento de algún transporte público debido a la  negligencia política, y automáticamente la justicia se vuelve inoperante. 

Así se vive, o  sobrevive, en las orillas políticas de la ciudad, a través de la resistencia de grupos subalternos  frente al abandono de un Estado que tiene bien priorizadas y remarcadas las clases sociales. 

La experiencia sensorial de los barrios.  

Otra forma de comprender la periferia es a través de los sentidos. 

La periferia huele  a grasa de comida callejera, a basura y drenaje; suena a los gritos de las personas que se  dedican al ambulantaje tratando de vender sus productos a toda costa, a cientos de microbuses  haciendo base en los paraderos con su respectivo chalán gritando “¡súbale, hay lugares!”, a  los altavoces del carro que recolecta fierros viejos. 

Visualmente luce colorida, llena de graffitis con nombres de los barrios de las colonias, con casas en obra en negra mal construidas y acumuladas a las orillas de o sobre un cerro, y con calles llenas de bache. Se siente  insegura, abandonada y peligrosa.

Se entiende también a través del lenguaje: el tono “cantadito” al hablar de sus  habitantes (en el caso de CDMX). Y están sus tradiciones: los carnavales patronales de los barrios y las fiestas  de quince años celebradas en las calles con una lona inmensa, un carro atravesado que indica  que no se puede pasar y un sonidero que habla mientras pone las clásicas  cumbias a todo volumen.  

Si el desplazamiento parte de la gentrificación y la diferencia, son estas percepciones  sensoriales las que pintan una línea: “ellas” y “nosotros”. Mientras que quienes habitan estas zonas construyen una identidad con base en estas características, las personas privilegiadas evitan a toda costa sentirse cerca de ellas. Actos discriminatorios, clasistas y  racistas son la defensa de quienes se encuentran en el lado “bonito” de la ciudad. 

La periferia no huele ni luce siempre “bonita” porque la precariedad no lo es. La  vulnerabilidad no luce, ni huele, ni se siente agradable, y evidenciarlo no es negativo, pues  politiza el ambiente, lo vuelve subversivo y radical, y enmarca la existencia de un grupo que  a pesar del abandono continúa resistiendo. 

La periferia y el género

La periferia es una transversalidad que toca a los cuerpos oprimidos sistemáticamente y así como es un espacio social y político, el cuerpo de las mujeres también. 

El nacimiento de las geografías feministas desarrolladas por Linda Mcdowell centra su  atención en explicar “la relación existente entre la división de género y las divisiones  espaciales y así descubrir cómo hombres y mujeres experimenta de manera diferente los  lugares y espacios […] pues en palabras de Bourdieu los hombres son la presencia en el  espacio y las mujeres la insignificancia.”((McDowell, L. (2000). Género, identidad y lugar. Un estudio de las geografías feministas. Madrid:  Ediciones Cátedra. pág., 70./)). 

Es en las periferias donde las mujeres son mayormente víctimas de feminicidio ((Balandrán, A. (2020). “destacan 9 alcaldías por feminicidios”. Contra república. Recuperado de: https://www.contrareplica.mx/nota-Destacan-9-alcaldias-de-CDMX-por-feminicidios202026835 [10 de mayo  de 2021])) y violencia intrafamiliar, donde se concentra la mayor cantidad de mujeres pobres, de madres solteras  y analfabetas.

Esto no significa que los hombres de las periferias, por ser más pobres, sean  más sexistas.  Aunque la organización del sistema patriarcal influye, la precarización es un factor determinante. 

La falta de servicios y atención estatal  en materia de políticas públicas propicia que sea un lugar clave para reproducir y concentrar las relaciones de poder con base en el género. 

Sin embargo, las relaciones de poder también  se ejercen en razón de clase y raza con personas del mismo género a través de lo que Marcela  Lagarde (( Lagarde, M. (1996). Género y feminismo: desarrollo humano y democracia. México: Siglo Veintiuno.)) denomina relación intragenérica, o sea: las mujeres excluyen también a otras  mujeres.  

Hablemos de los feminismos periféricos 

Una de las demandas de la actualidad respecto al feminismo es su centralización y la falta de análisis fuera del marco privilegiado del centro de la ciudad. 

Ser mujer no es un privilegio, pero sí lo es vivir en la delegación Benito Juárez, tener una carrera universitaria,  un trabajo remunerado por arriba de los quince mil pesos mensuales y ser blanca.

Estas mujeres por lo regular son las encargadas de llevar la vanguardia del activismo, ya que tienen el tiempo y las oportunidades económicas de dedicar parte de su vida a él. Y su activismo responde a las necesidades de las que pertenecen a su misma clase, espacialidad y raza.  

Si las mujeres a las que más matan se encuentran las periferias ¿por qué entonces las  marchas se realizan en el centro?, ¿por qué las mujeres de la CDMX tienen aborto legal,  seguro y gratuito y las del Estado de México no? Si ahí radica una cantidad significativa de  mujeres vulneradas, ¿por qué las demandas y/o avances feministas solo benefician a un sector  en específico?

Construir una lucha propia

Estas y más dudas causaron que las mujeres de la periferia cayéramos en cuenta de la exclusión, invisibilización y discriminación de la que éramos víctimas, por lo  que, al igual que lo hicieron las mujeres negras e indígenas cuando se percataron que su lugar  no estaba en el feminismo blanco hegemónico, construimos uno propio partir de nuestras propias vivencias y experiencias. 

Este feminismo se caracteriza por su radicalidad, en el sentido subversivo de la  palabra. No tiene sus orígenes en la academia, sino que parte como una respuesta de autodefensa frente a la opresión de la cual hemos sido víctimas toda la vida. El cuerpo es  nuestro espacio de lucha,  pues es la prueba viviente de la precarización estatal.

La opresión por género no está aislada, viene acompañada de la raza, la clase, la etnicidad, la orientación  sexual y demás. Por lo que la periferia debe ser concebida, sí, desde la pobreza, pero también  desde las escalonadas opresiones que atraviesan a las personas que la habitamos. 

Emitir una opinión acerca de la periferia sin pertenecer a ella no es un pecado, cualquiera es perfectamente capaz de darse cuenta y enunciar las decadencias de este sitio. Lo que sí se debe evitar es apropiarse de este discurso. 

No escuchar a las voces que radican ahí y sobreponer una opinión emitida desde fuera nos condena a seguir viviendo en la subalternidad, en donde no importamos y no podemos tener nada porque expresar nuestras necesidades se convierte en un acto de inconformidad.

A las mujeres*, hombres* y personas no binarias que radicamos estos espacios: sigamos politizando nuestras vivencias, que se oiga y se sepa en todo el país que existimos porque resistimos.

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