No quiero ser mamá, pero sí me interesan las infancias

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Es un cliché que quienes dicen «no quiero ser mamá» odian a los niños o no quieren ser parte de su crianza. Es momento de pensar de forma distinta en los cuidados.

Siempre he sabido que no quiero ser mamá. Es complicado explicar por qué. Simplemente, en todas las etapas de mi vida he mirado hacia mi futuro y veo amigas, trabajos, pareja, espacios, familia, comida… pero no me veo como madre. ¿Qué sí veo? Sobrinas y sobrinos, de sangre y “de cariño”. Me veo rodeada de mujeres que sí son madres, aprendiendo de ellas.

Por eso no entiendo ese cliché de la mujer “alérgica a las infancias”, esa que no sabe hablar con las personitas, que se pone triste (o enojada) cuando sus amigas se embarazan y cuya peor pesadilla es pasar una tarde haciendo de niñera.

Supongo que hay personas así y estoy de acuerdo con que es terrible que mujer o persona con útero sea sinónimo de madre. Que la pregunta no sea si te quieres embarazar sino cuándo. Sin embargo, me parece que considerar a las infancias y a las madres es una postura política, una construcción de un mundo en el que el cuidado y la crianza son parte de la vida de todas las personas.

Vivir con las infancias

Casi toda mi vida, viví rodeada de las infancias. Un poco porque soy hermana mayor de 3, otro porque tengo muchos primos y primas. Cuidar era parte de mi día a día y un poco mi identidad.

Pero no solo cuidar, simplemente convivir: platicar con mis primos y primas más pequeños, ver cómo se formaban sus personalidades y cómo lo que les gustaba hace 6 meses ahora ni siquiera puede ser mencionado.

No pensaba mucho en esto, pero después me mudé a CDMX y me di cuenta de que hablaba, sobre todo, con personas de entre 25 y 40 años. En Mérida todavía tenía una bisabuela, aquí nadie era muy mayor ni muy menor. Y sí tuve un pequeño luto por esa pérdida. 

Después vinieron esos “debates” en redes sociales, ¿se acuerdan? Semanas y semanas donde el tema era si estaba bien que las personas con hijos e hijas les llevaran al cine. Y de ahí, porque así son las redes, surgieron argumentos que básicamente proponían que las personas menores no salieran de su casa hasta cumplir aproximadamente 18 años. Lo cual, por supuesto, también significa que las mamás no pueden ir a ningún lado que no sea el supermercado, el parque o la escuela. 

Por suerte, para este momento ya tenía al menos una amiga mamá y empecé a entender que estas no eran solo “malas opiniones”, sino que dejaban muy indefensas a las madres, a las infancias y que su idea de sociedad era una en la que yo no quería vivir. 

Ser parte de la crianza… o al menos no estorbar

Si hablamos de cerrar guarderías y esperar que a los niños “los cuiden las abuelas” o de tele-educación, estos son temas feministas, son temas de raza, de clase y del futuro que queremos. 

Yo quiero conocer las ideas de mis amigas que son madres acerca de la lactancia, del trabajo del hogar y el trabajo no remunerado, de cómo educar para la paz y con respeto a la autonomía corporal. 

Porque son mis amigas y quiero saber todo lo que quieran contarme, pero también porque hablar de esto me ayuda a reconfigurar la historia de mi propia infancia. 

Sobre todo porque las infancias son parte de nuestra sociedad: quiero que estén en todas partes donde sea seguro que estén y por supuesto que no solo van de sus casas a la escuela y de regreso. Tienen interacciones con personas fuera de sus familias todo el tiempo y consumen publicidad, arte, literatura. Es decir, son personas. Si voy a tener influencia en su manera de ver el mundo, como profesional de la comunicación y como tía, tengo que informarme. 

La maternidad no es individual

Claro que todo esto no se me ocurrió a mí solita: es un debate y una tensión constante en los feminismos, en las luchas laborales y en otros grupos que hablan de los cuidados, como las mujeres con discapacidad.

En un texto para Pikara Magazine, la periodista Anita Botwin, quien vive con esclerosis múltiple, escribe: 

“Ha llegado el momento de que la crianza sea algo político, público y colectivo, donde las redes, la sociedad, asuman también los cuidados y las madres puedan delegar en segundos, terceros y cuartos. El futuro de nuestros hijos e hijas ha de ser de todos, porque de todos depende que construyamos una sociedad diversa e inclusiva”.

Es una postura similar a la de Esther Vivas, autora de Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad, un libro en el que politiza la maternidad, habla de darle el valor político, social y económico que merece, lo que incluye que Estado y otras instituciones garanticen las condiciones para criar con verdadera decisión y libertad.

Esto incluye que cambiemos la forma en la que vemos el trabajo y los permisos de maternidad y paternidad, la escolaridad, los espacios “para niñez”, la economía, los cuidados, etc.

Son cambios que podemos apoyar y amplificar las que no somos ni seremos madres, y es una lucha que beneficia a todas las personas. 

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