Mi útero, ¿un espacio público? Así viví mi aborto con medicamentos

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El aborto médico con medicamentos no es legal en todo México, pero puede ser muy seguro. Eso no significa que no sea una experiencia incómoda, dolorosa y complicada. Una mujer nos cuenta cómo lo vivió.

Este texto es solo la experiencia de una persona y no debe tomarse como una guía. Para información sobre aborto a distancia y aborto con medicamentos, recomendamos contactar a Fondo María o Morras Help Morras.

Por: Tonantzin Elusay

Soñé que caminaba en un sendero muy angosto, al filo de la montaña, y caía. Desde lo alto, suspendida e impotente, yo miraba mi cuerpo tendido sobre rocas puntiagudas y un charco de sangre que crecía alrededor de mi cabeza.

Hace dos semanas debió bajarme y no he dejado de sentirme débil, agotada y sin ánimo de nada. La inquietud de ese sueño me persiguió aún despierta, así que le digo a mi novio que quiero hacer una prueba de embarazo. Minutos después, la palabra “positiva” es más negativa que nunca.  

Descubrir un embarazo no deseado

Siento alfileres pincharme el estómago; la rabia quiere traducirse en vómito. El cuerpo de Víctor es un mar en calma que me cobija: todo va a estar bien, estamos juntos

Nos mudamos a Guadalajara de la Ciudad de México hace dos meses. Tengo máximo seis semanas de embarazo y la determinación de no ser madre. Aquí, como en la mayoría de los estados del país, decidir sobre mi cuerpo y mi futuro es motivo de cárcel. 

Hace tres años que uso el DIU como anticonceptivo y, por motivos ajenos a cualquier explicación certera, falló. Para lidiar con el embarazo, es necesario retirar el dispositivo de mi cuerpo. 

Buscar ayuda en un estado que la niega

Al teléfono, los doctores tapatíos hacen malabares para negarse a atenderme: dan precios estratosféricos para persuadirme de no agendar una cita, algunos tienen disponibilidad hasta dentro de un mes. 

Algunos dicen que no pueden “arriesgarse” a retirar el dispositivo porque puede afectar al bebé y cortan la llamada. Otros mencionan más del número de veces necesarias que aquí eso no es legal. Por su puesto, ellos son los que están en riesgo. 

Decido pedir solo la información del costo de retirar el DIU, pero el cuestionario se repite llamada tras llamada:  ¿por qué quiere retirarlo?, ¿cuánto tiempo tiene con él?, ¿por qué eligió ese método?, ¿qué usará ahora?, ¿está segura de que quiere embarazarse?, ¿está casada?, ¿divorciada? 

Entiendo que, de no haberme mudado de ciudad encontraría ayuda de inmediato: una cita, información, seguridad psicológica y sanitaria.

En internet, algunos artículos sugieren ir a la farmacia y pedir una caja de misoprostol, pero también advierten que, en estados como Jalisco, te negarán el medicamento por motivos religiosos. 

Nada nuevo. Aquí, el Congreso, la religión y hombres y mujeres machistas profesionales de la salud que emplean juicios de valor a sus pacientes, tienen el derecho de llamarme delincuente: homicida. Se creen con el derecho a decidir sobre la maternidad y el futuro de cualquiera porque sí, por motivos religiosos y morales. 

Al final, me atendieron dos ginecólogas. Una me retiró el dispositivo y otra me puso uno nuevo después del aborto. No se conocen ni viven en la misma ciudad, pero coinciden en que retirar el DIU puede provocar sangrado y la pérdida del embarazo no es segura, aunque probable. 

También dicen que la indicación médica más responsable y segura para el producto y la persona embarazada es retirarlo, quiera continuar o no con el embarazo.

Aborto con medicamentos: el proceso  

Un día de los primeros meses de 2021 

Nombre completo: Irrelevante 

Edad: 28 años 

¿Tienes ultrasonido? Sí.

¿Tienes algún padecimiento? ¿Cuál? No. 

¿Has utilizado corticoesteroides? No.

¿Has tenido algún proceso hemorrágico? No. 

¿Usas anticoagulantes? No. 

¿Tienes porfiria hereditaria? No.

¿Tienes DIU colocado? Lo retiré hace unos días para tomar el medicamento.

Grupo sanguíneo: A+.

¿Eres alérgica a la mifepristona? No.

Nivel educativo: Licenciatura. 

¿Tienes apoyo de pareja o familiar? Sí.

Número de embarazos previos: 1. 

Número de partos: Ninguno.

Abortos: 1. 

Cesáreas: No.

Embarazos ectópicos: No. 

Así viví un aborto en casa con medicamentos

La tortura en la soledad de mi cuerpo es silenciosa. 

Día uno

Una pastilla de mifepristona a las 2:35 p.m. Mi cuerpo se convierte en un lugar desconocido.

La incomprensión fisiológica y cultural de Víctor hiere: de repente somos dos planetas chocando, un eclipse, un evento casi imposible.

Frustra que los hombres rara vez sepan qué hacer o decir con los cuerpos de sus compañeras, como si no fuera una asquerosa mentira patriarcal (y sobre todo católica) que nuestros genitales nos configuren como una especie distinta, defectuosa, casi amorfa. 

Las explicaciones sobran y aturden, porque nadie sabe exactamente cómo actuar bajo las circunstancias de un accidente (accidente: un suceso que resulta en daño involuntario para personas o cosas) 

No me queda ninguna duda; estamos solas en el mundo de los úteros y las hormonas. Caigo en un pozo profundo: la soga podrida se rehúsa a resistirme, mis gritos mudos y las extremidades de fideo; la soledad es la única presencia posible. 

El apetito es nulo y la rabia de incendiar todos los congresos y todas las iglesias es la única hambre viva. 

Día dos

Una pastilla de ibuprofeno y 4 de misoprostol a las 2:35 p.m. Las de segundas se consumen por debajo de la lengua y astillan el músculo más fuerte de mi cuerpo.

Se deshacen como hace la libertad sobre mi cuerpo, mi albedrío, mi futuro y mis certezas. Solo pude alimentarme de duraznos fríos, chocolate caliente y la compañía de Víctor, que pasadas las horas entendió que no había mucho que decir ni entender: bastaba con saber estar, el cobijo de sus brazos permitió a mi imaginación ir al mar, mojarme los pies, hundirme en la arena y en su respiración. 

Tres horas después, estoy sola, resistiendo olas con agujas reventando sobre mi vientre. Dos ibuprofenos más, antes de la hora indicada; el dolor es insoportable pero resisto. 

Durante dos o tres horas, siento como si un caballo posara sus cuatro patas sobre mis piernas y espalda, un frío polar me quema los huesos, tiemblo bajo más de tres cobijas cual adicto en abstinencia. Los pensamientos en penumbras. 

Todo es un evento constante que, a ratos, se calma con drogas y toallas hirviendo en el vientre. 

Menos de doscientos minutos se antojan una vida descalza sobre espinas y un alma en pena, todo lo que debí hacer y no hice, la cita con la ginecóloga a la que no logré asistir hace seis meses, me asfixiaba el sueño y la calma. 

Una vez más: Víctor, té caliente y masaje de espalda me recordaron que todo pasa, que pronto todo estaría bien y pisotearon la retrógrada culpa machista que taladraba mi cabeza. 

El sangrado comenzó como una menstruación más, pero dijeron que debía ser extraordinaria para determinar el éxito del medicamento. Tuve atención médica y psicológica al alcance de WhatsApp como parte de un servicio de interrupción del embarazo a distancia.

El sangrado no era lo esperado: en las primeras dos o tres horas se espera cambiar una toalla sanitaria nocturna cada hora. No fue mi caso, no tuve necesidad de cambiar ni una, pero al ir al baño, hilos de sangre espesa pintaban el agua sin excepción. Un ibuprofeno más y dormí como se debe dormir después de una golpiza callejera. 

Las doctoras dicen estar preocupadas, aunque el sangrado persiste, es deseable que sea más abundante y piden precisión en la descripción de coágulos y sangrado: algo parecido a menudencias de pollo pero en otros colores, el sangrado continúa y por la mañana llené la primera toalla, escribo. 

Coinciden en que no es suficiente y recomiendan que ese mismo día tome una segunda dosis.

Día tres

Cuatro pastillas más de misoprostol. El escándalo interno se enciende, mi inconsciente arde y bulle como lava sobre mi cuerpo:

¿Qué carajo sucede? No soy la maldita virgen María. Calma. No es tu culpa, tu cuerpo tiene su propio ritmo, el sangrado no ha parado y no todas las mujeres podemos expulsar como el mar rojo.

Nunca he llenado una toalla nocturna, mi flujo nunca ha sido abundante. Todo va a estar bien, me abrazan y yo permanezco con los ánimos dormidos. Una, dos, tres, cinco horas más y me resigno a que los dolores no volverán como el día anterior. No los deseo, pero hoy el dolor es mi certeza y mi refugio. Todo pasa. 

Nada del proceso fue estrictamente el esperado por las médicas. Ahí estamos todas, a la deriva de la ciencia y de la maldita Ley impuesta sobre los cuerpos que habitamos y a las mujeres nos han prohibido conocer.

El sangrado y algunos cólicos continúan. Temo que el proceso con medicamento también falle, que el sistema patriarcal se salga con la suya y me condene. 

La espera es de una a dos semanas más para poder hacer un ultrasonido y de nuevo, nado en la incertidumbre de mi cuerpo. 

Me cansé de buscar certeza en mejorar las descripciones de los coágulos que no dejaban de salir de mi vagina: era parecido a la cola extendida de un pez betta adulto, como trozos de algas marinas de al menos diez centímetros, pedazos de delgado filete de pescado, trozos de carne gruesos más grandes que una guayaba, pero no mayores al de una manzana.

Comprendí que, “la mayoría” no puede ser una manera de abortar, me dio calma pensar que ningún cuerpo, en ninguna circunstancia puede ser mayoría (fisiológicamente hablando) porque aún no nos fabrican en serie.

Las médicas también son humanas, que ni siquiera me han visto, que no conocen mi útero ni mi ciclo menstrual y que, además, solo pueden estar a la cercanía de WhatsApp a casi setecientos kilómetros de distancia. 

Día siete 

Ya casi nada me da asco. Ya no me siento agotada, irritable y depresiva; siento volver y adueñarme de mi cuerpo.

Día doce 

El sangrado casi ha desaparecido. Ya podría hacer un ultrasonido a partir de mañana. Indican que, sobre todo en mi caso: es indispensable asegurarse de no necesitar una limpieza de útero; la cereza en el pastel. 

No he pasado un día sin pensar en todas aquellas que están o han estado bajo mis circunstancias: ¿hubiera sido madre porque así lo decide el estado en el que vivo? 

¿Si no hubiera tenido posibilidades económicas? $180 de la prueba de embarazo, $700 por retirarme el DIU, $2800 por el medicamento y $3000 a $5000 por un nuevo dispositivo. ¿Si no tuviera aliadas? ¿Si no me hubieran enseñado desde siempre que el derecho sobre mi cuerpo es solo mío? 

No soy la única

Hoy, solo dos entidades en el país han legalizado la interrupción del embarazo libre, seguro y gratuito: Oaxaca en el año 2019 y la Ciudad de México desde el 2007. 

Según la Secretaría de Salud, en las clínicas de atención pública se han practicado 261,901 abortos, de los cuales solo 161,483 pertenecen a mujeres que residen en la CDMX.

El 38% (100,418 ) tuvieron que salir de su hogar (para transportarse se necesitan de $600 a $3000 pesos por persona, depende el origen del trayecto, más alimentación y hospedaje).

Como requisito, se debe ir con una persona que acompañe y pagar una cuota de recuperación que se determina por medio de un estudio socioeconómico.

Si no tuviera acceso a internet o a la mínima educación sexual, ¿sabría que podría viajar a la CDMX o a Oaxaca y recibir esta atención? Si trabajara y estudiara en Mérida o Tamaulipas,  ¿perdería su empleo o le descontarán los días de ausencia por no poderlo justificar “legalmente” ? ¿Y si no tuviera un acompañante?, ¿podría viajar sola? ¿Si tuviera quince años, su tío fuera el culpable del producto y nadie le creyera? ¿Sería madre porque así lo decidieron en las curules?

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