¿Qué tipo de feminista soy? Mi experiencia en la periferia

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Cuando empezamos a conocer sobre feminismo, es común que nos preguntemos ¿qué tipo de feminista soy? La respuesta puede ser complicada.

Por: Andrea F. Chuc Huitz

Si pienso en el momento en el que me asumí feminista, no me viene una fecha específica a la mente. No fue de golpe ni de la noche a la mañana: por el contrario, ha sido lento, difícil y en muchas ocasiones doloroso.

También hay otras partes reconfortantes. El feminismo que he vivido me ha dejado amigas increíbles, redes de apoyo maravillosas y una empatía que me sensibiliza ante lo distinto. 

La eterna pregunta: ¿qué tipo de feminista soy?

Hoy reflexiono sobre dos situaciones con las que me topé mientras (des)aprendía: la constante búsqueda de etiquetarme con alguna vertiente del feminismo y la de relacionarme con alguna colectiva “importante” o “significativa” que le diera peso al activismo que buscaba hacer. 

Mientras escribo esto, me parece superficial haber pensado de esa manera, pero no creo haber sido ni ser la única que ha experimentado estas complicaciones. Por eso creo que es importante empezar a desmontarlas.

Aunque ahora ya no me dejo llevar por la idea de aprender teniendo como único referente la teoría, durante mucho tiempo estuve ligando este conocimiento y la pertenencia a alguna etiqueta con la validación de mi propia identidad feminista. 

Tuve una etapa en la que estaba ansiosa por aprender todo: quería leer a Monique Wittig y a Kate Millet en una sentada y comprender TODO el feminismo. Sentía mucha presión (inventada por mí) por academizar mis conocimientos y estaba segura de que solo si leía toda la teoría “básica e importante” podría llamarme a mí misma una “verdadera feminista”. 

Leía todo lo relacionado a feminismo radical, feminismo comunitario, anarcofeminismo, ecofeminismo… Llegó un punto en el que me pregunté: ¿a cuál pertenezco? ¿Tengo que pertenecer a alguno, primero que nada? 

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No todo son las etiquetas

Deslindarme de esta necesidad de etiquetas fue difícil, porque no terminaba de conectar con ninguno de los feminismos anteriores y temía no cumplir con las expectativas o ideas que veía en cada una. 

Vivir un feminismo descentralizado también dificulta un poco las cosas. Campeche es una ciudad pequeña y mocha, aferrada a explotar y vender la idea de lugar colonial y tranquilo. Como en todos lados, cada que hay una marcha o evento salen los comentarios “esas no son las formas”.  

Pero dentro del movimiento tampoco es tan fácil. Conozco al menos 5 colectivas/grupos/redes y también a la mayoría de las mujeres que las integran (no es tan difícil, casi siempre son las mismas en todos); he participado en sus talleres, cursos o actividades y tuve experiencias increíbles.

Sin embargo, cuando no perteneces a alguna colectiva, no tienes un grupo de feminismo, no tienes antigüedad ni peso político, puede resultar difícil encajar individualmente. 

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Econtrar mi lugar

¿Por qué seguimos perpetuando esta idea? ¿No creen que tenemos suficiente con la superioridad que se inventan otres fuera del movimiento? 

Que encima de las dificultades que tenemos que afrontar al asumirnos feministas, (rechazo familiar, cortar relaciones, vivir en un perpetuo cuestionamiento, por mencionar ALGUNAS de las que son muy personales), también tengamos que preocuparnos por la aceptación o rechazo de las figuras y colectivas sagradas del movimiento le quita todo el sentido a lo que implica este desaprender. 

Abrir los espacios y hacerse a un lado para que otras niñas, adolescentes y mujeres sean escuchadas es algo que no debe quedarse solamente en una idea. Es necesario entender que no podemos opacar, y en el peor de los casos silenciar o minimizar, las voces de las que vienen o las de quienes no tienen trayectoria. 

Hace un tiempo decidí sacudirme esto. Y aunque me siento comprometida con la lucha colectiva y lo que nos compete a todas/todes, decidí mantenerme al lado de las que no me hacen sentir que les debo respuestas, pero sí me invitan a cuestionar lo que muchas veces creo único y certero. 

Encontré el feminismo al que quiero pertenecer: el mío, junto a las mujeres que quiero y amo. Esa es mi revolución.

Existimos las feministas que no siempre vamos a marchar, las que no sabemos ninguna consigna, las que cambiamos la teoría fría por las vivencias cálidas, las que fuimos señaladas de tibias o antipáticas, las que no participamos en todos los eventos/paneles/talleres. 

No es que crea que estas situaciones son motivo de orgullo por sí solas, sino que estas formas de existir son igual de válidas porque son nuestras, porque las vivimos y porque no podemos seguir minimizando lo maravilloso de lo cotidiano. Vamos a sacudirnos el feministómetro.

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