Mafalda, la creación más famosa de Quino, nos marcó la vida a muchas. Esta es una despedida y una reflexión sobre cómo un personaje de tiras cómicas puede formarnos.
Era un libro gris enorme, forrado con plástico. En la primera página decía el nombre de una de mis tías, pero desde que tengo memoria vivía en mi casa. El robo y contrabando de libros es un deporte familiar.
La portada decía 10 años con Mafalda y lo leí de distintas maneras con el paso del tiempo. Primero solo porque eran dibujitos. Después en las noches, cuando mi ansiedad preadolescente no me dejaba dormir. Poco a poco fui entendiendo más. Un día, por fin, me reí con la línea “no menciones Vietnam enfrente de Nixon”. Así me hice fan de Mafalda, y de Quino, su creador.
Tengo muy vivo el recuerdo de un descanso en la prepa, sentada en círculo con mis amigues, compartiendo nuestras tiras favoritas. Alguien puso los ojos en blanco y sugirió, yaporfavor, un cambio de tema. Y sí, probablemente hay pocas cosas más aburridas que describir una tira cómica, pero es que no podíamos parar.
Mafalda y mis creencias políticas
Hoy, cuando me enteré de la muerte de Quino a los 88 años, me di cuenta de que este monero argentino a quien nunca conocí influyó muchísimo en mis creencias políticas.
La política es algo que se vive y se discute con amigues, aunque no estemos de acuerdo. O precisamente cuando no estamos de acuerdo. El gobierno es una institución que se cuestiona siempre. No olvides mirar hacia el sur. La solidaridad con la clase trabajadora es indispensable.
Pienso también en todas esas tiras en las que Mafalda juzga o cuestiona a su madre por dedicarse a los cuidados y no ejercer una profesión. Quino siempre supo hacernos ver que era la niña la que estaba equivocada, que las mamás son personas con sueños, ideas y un pasado que sus hijes no alcanzamos a vislumbrar. (¿O yo lo leo así ahora? Es lo bueno de las tiras cómicas, siguen cambiando aunque no tengan movimiento).
El fin de la infancia
Quizá ahora que murió su creador y que ya no son 10 años con Mafalda, sino 36, por fin se acaba la infancia.
Ni ella ni yo somos ya niñas que nos rebelamos ante las decisiones de nuestras madres y esperamos que alguna persona adulta nos arregle el mundo.
Armadas con todo lo que nos dio, y con lo que recogimos en el camino, ya podemos ser nosotras las creadoras y las reconstructoras. Podemos usar todo lo que imaginamos durante todos estos años, al leer una y otra vez las mismas tiras y no parar el mundo porque nos queremos bajar, sino estar en él, con todo lo doloroso y todo lo bello.
Gracias por tanto, Quino. Acá le seguimos.