Estética Barrial busca generar redes de apoyo entre mujeres por medio de la creación de un espacio seguro. Te contamos más de este proyecto de la organización Parvada.
Por: Mónica Ocampo
Además de ser una experta en decoración de uñas, Tere tiene otro talento: hacer que sus clientas se sientan seguras. No es psicóloga o trabajadora social, pero logra que confíen en ella.
Desde su trabajo como manicurista en la Estética Barrial, ubicada en el Cerro del Colli, en Zapopan, Tere se ha transformado en una luchadora contra la violencia.
Ella, junto con otra manicurista y dos estilistas recibió entrenamiento para identificar signos de abuso doméstico y brindar información a las mujeres que acuden a la estética.
Esto es parte del proyecto «Estética Barrial: un lugar seguro contra la violencia de género», creado por la organización civil Parvada, que se especializa en el trabajo comunitario con mujeres en condición de pobreza.
El objetivo de la Estética Barrial
Con doce años de experiencia en el mundo del nail art, Tere nos cuenta que en un salón de belleza se crean vínculos muy íntimos porque las clientas “bajan la guardia y se entregan más”.
Desde que fue capacitada por integrantes de Parvada, aprendió que su principal herramienta de acompañamiento es el escucha y la empatía: lo importante es que no se sientan juzgadas.
Estética Barrial arrancó en noviembre de 2019 bajo la coordinación de Ana Farías, directora de Parvada y Samantha Santana, asistente de proyectos de esta organización.
Ellas se encargaron de que la estética fuera un espacio protegido del exterior de esta zona periférica de Zapopan y de los hombres que la habitan.
Algo que hace diferente a este proyecto, creado con respaldo de la Secretaría de Igualdad Sustantiva entre Mujeres y Hombres (SISEMH) y de la Fundación Marisa, es que el acompañamiento se ofrece a partir de un servicio útil.
El equipo de Parvada decidió que la apariencia externa de la estética se enfocara únicamente en cuestiones de belleza, para no levantar sospecha entre los victimarios.
Ellos no se imaginan todo lo que ocurre a puerta cerrada. En este espacio se ofrecen talleres, clases, debates y asesorías psicológicas y jurídicas sobre los diferentes tipos de violencias hacia la mujer.
Para Tere, el reto es descubrir entre sus clientas señales de malos tratos que vayan más allá de lo visible. “Hay que identificar lo que hay detrás del silencio, el mal humor o la tristeza”, nos cuenta, mientras acomoda los esmaltes que va a usar.
Vivir con el agresor
El acercamiento físico que implica decorar las uñas de una mujer ayuda a Tere a identificar desde un rasguño en los brazos hasta un ojo morado. Y establecer una conversación la hace detectar problemas de autoestima, ansiedad o estrés entre sus clientas. Es el caso de Lucía, quien pidió utilizar este seudónimo para proteger su nombre real.
Lucía nos cuenta que a partir de la cuarentena, las uñas de acrílico le duran menos que antes. La convivencia con el padre de sus hijos le causa estrés, así que se las arranca a mordidas.
A principios del 2020, Lucía había decidido dejarlo. Le contó a Tere, quien a su vez, la puso en contacto con la psicóloga de Parvada.
Pidió ayuda para irse a casa de sus padres junto con sus dos hijos, pero no soportó ser juzgada por su madre, quien le decía “¿Qué vas hacer sola? ¡Piensa en tus hijos! ¡Así es la vida! ¡No seas exagerada! ¡Yo le soporté más a tu padre”. Sintió que no tenía más opción que regresar con su agresor.
Crear un lugar seguro
Hace poco, su hermana le ofreció cuidar a sus hijos para que pueda trabajar, pero Lucía tiene miedo de que su pareja cumpla sus amenazas. “Siempre me dice que, si lo dejo, le hará un desmadre a mi familia”, así que la mujer de 22 años prefiere evitar problemas.
Para Lucía, la estética es un espacio donde puede desahogarse mientras Tere le pinta cada uña del color del arcoíris. En esta ocasión promete no quitarse el esmalte con los dientes.
Trata de no llevarse las manos a la boca cuando está nerviosa. Cuando se siente inquieta le manda un mensaje de Whatsapp a su manicurista y confidente.
Samantha Santana nos explica que es básico tener esta confianza y aprender a no juzgar las decisiones de las mujeres que acuden a este espacio, como es el caso de Lucía.
“No vivimos en sus cabezas, ni sabemos el miedo que enfrentan. Lo único que hacemos es seguirlas orientando, apoyando y escuchando. Juzgarlas sería revictimizarlas. Quitarles agencia”, me cuenta.
La transformación de las violencias
Cuando Tere recibió la capacitación para identificar signos de violencia de género, se dio cuenta de lo difícil que es para nosotras, las mujeres, nombrar y aceptar las violencias que enfrentamos en la cotidianidad.
“Descubres que las violencias que vivimos van más allá de los golpes. Que hay violencias relacionadas con quitarte tus documentos oficiales, que te revisen el celular o te quiten todo tu dinero, para comprar drogas o alcohol”, me explica.
Otro tema que la impactó fue saber que muchas de las adultas mayores fueron vendidas a sus parejas por sus propias familias:
“Antes pensaba que eso sólo se daba en los pueblos, pero llegar aquí, a esta zona urbana, y saber eso fue muy duro”.
La violencia económica
Para Ana Farías, directora de Parvada, algo que coincide entre mujeres de una generación y otra es la violencia económica. El control del dinero por parte de un proveedor único que se gasta todo en actividades no esenciales como el alcohol o las drogas. Y que si no lo tiene vende o empeña cualquier cosa.
También nos cuenta que la violencia física era más normalizada porque no había información, pero ahora es más común la violencia psicológica: “esa es la primera alerta de cuidado porque pueden escalar a otras violencias como la física o la sexual”.
Y así como hay usuarias que solo van por motivos de arreglo personal a un costo simbólico, existen otras que aceptan este espacio como un lugar seguro para ser escuchadas y acompañadas sin importar que decidan quedarse o no con su victimario. Siempre serán bienvenidas y jamás juzgadas.