Cómo aceptar mi cuerpo me ayudó a sanar mi relación con la ropa

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Para muchas personas, un probador es un escenario de batalla que solo muestra defectos, imperfecciones y necesidad de cambio. Así que es normal que nos preguntemos «¿Cómo aceptar mi cuerpo?» En este texto, la autora nos cuenta su camino.

Este texto se trabajó como parte del primer taller de redacción de Malvestida.

Por: Verónica Guzmán Enríquez

“¿Este color me hace ver gorda?, ¿este estilo de prenda disimula mi panza?, ¿el largo de este vestido deja asomar la celulitis de mis muslos?”

Este tipo de preguntas y muchas inseguridades más se manifestaban en una escena que pudiera parecer tan trivial como pasar al probador de una tienda de ropa. 

Para mí, comprar ropa no se limitaba a seleccionar prendas que necesitara o deseara, sino que me conducía a muchas otras cuestiones y dudas. Algo que podría parecer tan sencillo como elegir la vestimenta para cubrir el cuerpo que me sostiene se convertía en una lucha que derivaba en momentos de tristeza, de odio y de frustración.

El probador de ropa como un escenario de angustia

Como sé que ocurre con muchas mujeres, para mí, la escena de pasar a probarse ropa representaba un momento de confrontación conmigo misma. 

Ver mi cuerpo tan de cerca, sintiendo la iluminación del probador como una luz inquisitoria sobre mi cabeza, me hacía focalizar todo lo que estaba mal conmigo. Porque la realidad es que por muchos años creí que lo que yo era por naturaleza estaba mal y necesitaba ser corregido u ocultado. 

Mis anchas caderas, celulitis, estrías, pecas, brazos anchos, baja estatura: todo fue un error de la genética, que no me quiso privilegiar con un cuerpo más parecido al de las actrices y otras celebridades que veía en los medios, o de los maniquíes que portaban orgullosamente la ropa que a mí, en la soledad del probador, me hacía sentir inadecuada. 

Cuando iba a probarme ropa, sabía que iba a salir triste, decepcionada y quizá hasta enojada. Lo más doloroso de lo que me doy cuenta ahora es que ese patrón era lo normal para mí. No sabía que había otra forma de ser y sentirme.

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Disimular y corregir(me) vs. aceptar mi cuerpo

Todas las personas tenemos una historia con nuestros cuerpos. 

En ella puede vislumbrarse la manera en que comenzamos a ser conscientes de él, cuando empezamos a compararlo con los otros que veíamos a nuestro alrededor, cuando entramos en guerra con él, cuando comenzamos a aceptarlo, entre muchos otros momentos que pudieron ser tan diversos como cada persona lo es. 

De la relación con mi cuerpo se desprende la relación y la historia que tengo con la ropa. 

Disimular, (des)favorecer, ocultar, corregir son algunos de los verbos que usaba mucho en el proceso de comprar ropa. Yo tenía tres reglas para adquirir una prenda: debía ser algo que iba a usar frecuentemente, debía cumplir con una buena relación calidad-precio y debía gustarme cómo se me veía puesta. 

Esta última característica era una forma de decir que no tenía que hacerme lucir gorda ni resaltar alguna de las que yo consideraba imperfecciones. Entraba al probador con muchísimas prendas porque sabía que, de ellas, iba a elegir máximo un par. 

Cuando se popularizaron las compras por internet, ni siquiera pensé en la posibilidad de adquirir ropa por ese medio, pues sería imposible cumplir con la tercera regla.

Además, manifestaba otras conductas en las que ahora me entristece pensar: Siempre me rondaba por la mente la idea de que tenía que perder peso. Cuando veía una prenda muy bonita, me la compraba de una talla más chica a la que era en ese momento, porque quería adelgazar para usarla. O me compraba ropa de acuerdo con la talla que se supone que debía ser. Si me apretaba o molestaba, iba a ser una motivación para bajar de peso. 

En cambio, la ropa de la talla que era en ese momento no era particularmente bonita ni de calidad. Era funcional y, por lo general, oscura, para disimular mi sobrepeso. Quizá tenía inconscientemente asimilada la idea de que no merecía ropa linda porque mi cuerpo no era lindo.

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Sentirnos mejor es posible

Empecé a aceptar mi cuerpo hace aproximadamente cuatro años, gracias a algunas publicaciones en redes sociales que promovían la autoaceptación y que explicaban cómo funcionan los estándares de belleza, que se fijan en un periodo y tiempo específicos. 

Una idea se hizo presente en mi mente: “¿quién dice que mi cuerpo debe ser de tal o cual manera? Existo como soy, a pesar de cualquier estándar o estereotipo que pretendan imponerme”. Esto me llevó a cuestionar todo lo que hasta entonces conocía y daba por cierto sobre la apariencia física. 

Así, entré en el proceso de modificar conductas y pensamientos respecto a mi propio cuerpo y el de las demás. Busqué rodearme de personas, cuentas en redes sociales y medios que promovieran la diversidad de los cuerpos y de las distintas formas que existen de habitarlo.

Eso me ha ayudado en este camino que, en definitiva, no es una línea recta en que avance siempre hacia adelante, pero que me ha llevado a aceptar y a percibir mi cuerpo más digna y amorosamente.

Dentro de este proceso, he reconocido la narrativa que tenía sobre mi apariencia física, así como el origen de ella. 

Muchas de las actitudes las aprendí en mi familia y las reforcé en la escuela. Nunca vi en los medios representación de un cuerpo como el mío. Los anuncios con modelos que tenían cuerpos normativos anunciaban productos para corregir rasgos que yo tenía. 

Hace un año tuve que comprar ropa interior y me sorprendí eligiendo lo que me gustaba y era de mi talla. Me celebré mucho. Fue el primer momento en que me sentí libre de elegir lo que yo quería, lo que me parecía lindo, lo que me iba a hacer sentir cómoda porque era de mi talla. 

Y después, incluso decidí comprarme un bikini por internet. La experiencia resultó bien: lo amé y lo usé con seguridad. Sé que esto no se trata del bikini en sí mismo, ni de la experiencia de la compra en línea, sino de mi actitud, mi percepción y el trabajo de aceptación hacia mí misma. 

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Mi cuerpo es mi resistencia

Cada día agradezco por mi cuerpo, que es el sostén y el vehículo para moverme al ritmo de mis ideas y sueños. Y también le doy gracias a mi yo del pasado por haber llegado hasta este punto. 

No le reprocho el haberse odiado y despreciado por mucho tiempo, porque sé que lo hizo por lo que observó y aprendió de su alrededor durante años. Al contrario de reclamarle, la abrazo por lo que sufrió, por haber sido fuerte a pesar del dolor y por haber resistido. 

Ahora sé que mi cuerpo es mi resistencia. Que nada de lo que mi cuerpo es por naturaleza está errado. 

Mi historia y mi relación con la ropa es esta: aprender a elegir una prenda porque me gusta, de la talla que necesito. Sin la frustración de sentirme inadecuada, porque no lo soy. Sin el dolor de creer que mi cuerpo es defectuoso, porque no lo es. 

Mi cuerpo es el primer lugar que habito, desde el cual resisto y me rebelo contra un mundo que me dice que debo odiarlo. Lo repito cuantas veces sean necesarias para mí y para las demás.

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