Cuando el amor no basta, tenemos rebeldía. Así es el activismo gordx

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Jess nos cuenta qué es el activismo gordx y cómo ha encontrado en este movimiento una lucha contra un sistema injusto y gordofóbico.

Por: Jess Cerecedo / Cherry

Soy Jess, génera fluidx, sexólogx, feminista y gorda. Aventarme a escribir desde mis vivencias gordas no es nada fácil. Como persona que tiene la vida y afectos a flor de piel, narrar y compartir mis historias nunca es tarea sencilla. 

Cuando hablo de mi gordura, mis vivencias no son para nada potencializadas por mis sentires sino son más bien, avasallantes y estructurales.

Rechazar mi cuerpa 

Siempre he sido gorda, una niña, adolescente, ahora joven y seguramente persona adulta y anciana gorda. 

He escuchado desde el inicio de mi vida cómo es “mejor” vivirla: qué ropa no ponerme, cómo comportarme, qué dejar de comer, a qué dietas someterme, si debiese de ser más “femenina”, dejarme el cabello largo y de paso, usarlo para cubrir mis facciones gordas. 

Aprendí de otras personas que siendo gorda mi vida siempre puede mejorar. Me dejaron claro que el primer paso era rechazar mi ser y mi cuerpa/cuerpx presente, así como enunciar constantemente que la gordura me resultaba desagradable y aversiva, en todo momento y ocasión. 

Y eso no se limitaba a las personas cercanas, era reforzado por la “representación” de las personas, las mujeres gordas en los medios de comunicación, las películas, series, cuentos, en los espacios educativos, en las tiendas de ropa, campañas de “salud”.

Vaya, parecía que todo el mundo, o al menos el cacho del mundo al cual tenía acceso, se había aliado para recordarme una y otra vez que mientras fuera gorda yo estaba mal. Yo no podía existir.

Interioricé estos discursos y los repetí todos los días. Era una constante lucha entre hacer las paces conmigo frente al espejo y querer tapar todos los espejos del mundo para no mirarme. 

Y claro que no bastaba con eso, el mundo me hacía recordar que no estaba bien ser yo desde las miradas, los espacios en el camión donde abarcaba más del asiento y un sinfín de otras situaciones. 

Sentía que estaba sola en el mundo, y que a menos que me sometiera a dietas rigurosas, pastillas “milagrosas” y a acordar con la gente que estaba mal mi cuerpx, sentía que no podía vivir sino más bien sobrevivir.

El poder de la autoerotización

Pensaba que esa iba a ser mi historia de vida. Fue hasta que encontré el poder de la autoerotización que me di cuenta de que detrás de todos esos discursos había una llama que quería permanecer encendida en mí. 

Recuerdo que pasaba horas explorando las sensaciones en mi cuerpo, sensaciones de placer. Un placer que me negaron mucho tiempo, que me hicieron creer que no era y nunca podría ser mío, porque “las gordas no deseamos” ¿verdad?

El placer que me enseñaron a habitar era para las otras personas y nunca para mí. Aprendí a mirar de forma aguda lo que mi intuición me decía cuando me compartía con otras personas y sabía que me usaban como fetiche, como apuesta, o cuando escuchaba el comentario de mis compañerxs de no tener problema con la gordura, pero nunca haber estado ni querer compartirse sexoafectivamente con una gorda.

Esas experiencias me recordaban que había un límite en mi placer, en mi vivencia, en mi plenitud; poder reconocer en mi reflejo que no hay una sola marca de asco, ni en mis pliegues, lonjas y celulitis, en mi grasa desbordante, no fue, ni es fácil. 

Explorar el placer que me podía procurar desde mí y para mí, fue y es político. Sentía que, por cada sudor entre mis lonjas, por cada inundación en mis labios grandes, por cada orgasmo que hacía vibrar toda mi gordura rompía y quemaba todos los discursos que no eran míos. Que no quería en mí. 

Esa fue la primera vez que me sentí firme, con los pies puestos debajo de la tierra para sentir la frescura y confianza de que era inamovible. 

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Amarme no es antídoto contra el sistema gordofóbico

Sin embargo, sabía que seguía sobreviviendo y no faltaba la persona que me dijese que no le diera importancia, que se me “resbalen” las violencias, que aprenda a amarme, como si eso fuese lo que me haría feliz. 

Y no, amarme a mí misma como gorda no es ningún antídoto, saber que mi cuerpa es válida no me daba paz porque me sabía contracorriente, sabía que seguía inmersa en esta sociedad y en este sistema que es gordofóbico y gordoodiante. 

Yo me amo, me sostengo y me encanto, pero cuando asistes a las instancias de salud y te niegan seguros de vida, cuando te enteras de que, paradójicamente, tu vida es la que pesa menos en la balanza de a quién se atiende o no en situaciones de riesgo, ahí el amor no salva, no protege. 

Estorba, se vuelve una basurita en la garganta que no deja gritar, ni señalar, ni exigir que se nos respete y dé vida digna, “¡ah! pero es porque no nos quisimos y decidimos hacernos esto, quedar así” ¿verdad? 

Cuando me dicen ámate, me vierten la responsabilidad de salir forzosamente de las violencias que ustedes nos ejercen y que me destrozan la vida a mí y a otras compañeras. 

Activismo gordx

No, yo no me amo siempre y no quiero hacerlo, no si eso significa sedarme y amordazarme. Saber con claridad que el amor no me basta fue lo que me acercó al activismo gordx.

Ahí me encontré con La cerda punk y con el Manifiesto gordx. Les leí y retumbé en todos los párrafos, sentí que pude encontrar el eco que no sabía buscaba.

Fueron tiempos de mucho movimiento interno. Y luego llegaron ellas, las amigas gordas. No es que antes no existieran compañeras con quienes platicar de nuestro ser, pero en esos momentos todo lo miraba como normal.

No había encontrado eco, porque todavía no sabía que podía resonar. Fueron ellas y nuestra urgencia de colectivizar las experiencias, vivencias que pensábamos llevar aisladas y en el silencio, lo que me abrió otra puerta a saberme no solx, saberme no exagerada, estar respaldada y cobijadx por ellas, sin perder mi intuición, mi autonomía y mi propia voz. 

Cada una de nuestras historias me hizo complejizar más lo diversas que son nuestras experiencias como gordas: gordas lesbianas, gordas bisexualas, gordas pansexualas, gordas géneras fluidxs, heteras, vegetarianas y no.

Gordas de diferentes edades, morras y morrxs que usamos el diálogo, la denuncia, la ironía, la digna rabia, la ternura y la vulnerabilidad para posicionarnos frente a las personas y también frente a este sistema con estructuras construidas para odiarnos, enfermarnos, patologizarnos y torturarnos. 

Existir es una lucha

Conocimos posturas similares y diferentes, pero todas con la conciencia y coincidencia de que ser gordas es parte de nosotras, para algunas una característica más, para muchas otras nuestra decisión política. Nuestra postura ante la vida. 

Existir como gorda/gordx es y siempre ha sido una lucha y como toda lucha conlleva un camino de sobrevivencia, de esquivar los golpes y los rechazos, el miedo a estar sola/solx. 

Esta sobrevivencia, como todas, no se romantiza: se enuncia para hacer visible una gama de violencias estructurales que nos castigan y precarizan. 

No por el capricho de encontrarnos en sus aparadores y anuncios de belleza, sino por la necesidad de que todos, todas y todes finalmente se responsabilicen de su papel en la construcción de sistemas que ejercen las violencias que reprimen nuestra existencia.

Ahora, al encontrarme y al acuerparme desde el feminismo gordx sé muy bien que mis miedos, vergüenzas, encuentros y desencuentros conmigo mismx siempre estarán presentes en mi andar, pero tengo la seguridad de que mi rexistencia y la de mis amigas/amigxs no sólo es desde la rabia sino también desde la esperanza. 

La esperanza y el deseo de construir junto con otras y otrxs los espacios y la dignidad que merecemos. No estamos esperando a que las cosas cambien desde fuera, estamos desbordándolas, haciéndolas temblar y caer desde adentro. Juntas las gordas persistimos, juntxs lxs gordxs persistimos, somos más y tenemos derecho a permanecer gordas y gordxs.

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