Pasar por un duelo siempre es difícil, pero el duelo en la pandemia tiene sus propias dificultades. E incluso algunas ventajas.
Por: Amaranta Martínez
Mi abuela falleció a finales de febrero, justo en el cumpleaños de mi hermana, un día antes del mío y semanas antes del estallido de la emergencia sanitaria por el Covid-19.
Fue desde ese entonces que empezó mi confinamiento: me encerré en casa y salí sólo a actividades esenciales como trabajar o comprar comida. A mí me puso en cuarentena primero su muerte y luego la pandemia.
Mientras en internet había cientos de personas que decían haber soñado con sus ex, yo soñaba con mi abuela, con que nos mirábamos y ambas sabíamos que el tiempo que nos quedaba juntas era poco, nos abrazábamos fuerte y llorábamos.
Y mientras todos estaban aprovechando para hacer limpieza a profundidad en sus casas yo seguía llorando por aquellos sueños en silencio al lavar los platos.
El duelo en la pandemia es diferente
Mi familia se considera afortunada porque mi abuela sí tuvo un velorio, a diferencia de las personas que han muerto a causa del virus. Sin embargo, un velorio es sólo una brevísima parte del duelo, el comienzo acaso.
Y si bien me siento agradecida de poder haberla abrazado por última vez rodeada de mis seres queridos, también me es imposible negar que gran parte de mi duelo lo hice en cuarentena. Lo sigo haciendo.
Me siento culpable de estar agradecida de que el mundo haya pausado conmigo para doler porque sé que hay quienes perdieron ingresos y ganaron un montón de inseguridades, pero no puedo imaginarme sobrellevando la situación de otro modo.
Siempre he sido una persona a la que le toma mucho tiempo procesar los cambios y me consume grandes cantidades de energía hacerlo.
Tener tiempo y espacio para procesar
Es a razón de imaginar constantemente distintos escenarios de un duelo prepandemia que he podido hallar las bondades de atravesarlo en tiempos de coronavirus:
¿Cuántos viajes más tendría que realizar al baño de mi trabajo sólo para llorar?, ¿qué pasaría los días que quisiera quedarme en mi cama un rato extra porque soñé con con mi abuela?, ¿quién cuidaría de mi abuelo y lo apapacharía en su tristeza?
Creo que lo estamos olvidando, pero en la vida antes de la pandemia tampoco podíamos doler a nuestras anchas.
Solo se nos era permitido hacerlo tres días, según la Ley Federal del Trabajo, y eso sólo para familiares directos. En el mundo prepandemia no me era permitido llorarle ni un sólo día a mi abuela.
El pensamiento mágico
Joan Didion escribe en su libro El año del pensamiento mágico acerca de la importancia que cobran los detalles para alguien que ha perdido a un ser querido: todas las cosas se vuelven símbolos que entretejen un hilo invisible que nos ayuda a darle sentido a esa muerte. Cada quien construye las historias que mejor convencen a su corazón.
Mis primos más jóvenes, ávidos consumidores de distintas teorías conspiracionistas, piensan que en realidad mi abuela fue la paciente cero de Covid en México.
Mi tía, tan amante de la naturaleza como su mamá, a veces encuentra plumas de canarios en su casa y dice que son pruebas de las visitas de su espíritu.
Mi hermana, que estaba fuera del país cuando todo sucedió, siente que la muerte de mi abuela está conectada de una manera especial a ella por haber acontecido en su cumpleaños.
Y el abuelo cree que fue mejor que ella muriera antes que él porque, si hubiera sucedido al revés, ella no habría podido soportarlo.
El duelo personal y el colectivo
A mí no deja de parecerme muy claro que su muerte fue el inicio del fin de este mundo. Cuando falleció, fui a verla a su casa y la encontré rodeada de sus hijos y nietos, con una expresión tranquila, pero ya sin aliento, sentí que entraba a una realidad diferente.
Para mí la llegada del coronavirus solo constituyó la segunda etapa de esa nueva vida. Para mí su muerte ya había anunciado el fin del mundo tal como lo conocía.
Sentí la necesidad de escribir al respecto porque la verdad es que, aunque las llamadas con mi abuelo y los mensajes con mi familia ayudan, sigo sintiendo que cargo sola con este dolor en el pecho.
Y no puedo evitar pensar en todas las personas que han perdido a alguien importante a causa del virus, en la soledad con la que seguramente también atraviesan su duelo.
Construir un duelo distinto
En Política cultural de las emociones, Sara Ahmed afirma que lo que nos separa de los demás es lo mismo que nos conecta con ellos.
Es una paradoja que se asemeja a la función que tiene la piel sobre nuestro cuerpo: nos contiene, pero al mismo tiempo es la que nos permite sentir a los demás cerca de nosotros.
Me gusta pensar en la muerte de mi abuela y en esta pandemia de la misma manera: como algo que me alejó de ella y de mi familia en un sentido físico, pero me acercó emocional y espiritualmente a todo aquel que esté pasando por un duelo.
En el fondo este texto es mi manera de aproximarme a quienes han pasado por una pérdida reciente y decirles que no están solos. El mundo como lo conocemos tal vez sí termina después de que alguien amado muere en medio de una pandemia.
Pero, si en ese mundo sólo teníamos permitido llorarle tres días, creo que me gustaría construir otro junto con ustedes. Uno donde los próximos dolientes cuenten con el tiempo suficiente para tejer sus propias historias y darle sentido a la muerte.