Una nieta nos cuenta cómo es visitar a su abuela en la pandemia y cómo los rituales de belleza tienen el poder de recordarnos quiénes somos.
Por: Aída M. Aguilar
Tengo una abuela de 80 años a la que sólo un labial rojo carmín mantiene pegada a este mundo.
Vive con alzhéimer desde hace dos años. La enfermedad la hace olvidar su edad. Pero no pierde el porte ni los modales. Le gusta pintarse los labios y adornarse las orejas con perlas.
Mi abuela Emma quedó viuda a los 36 años, a causa de una balacera que mató a mi abuelo, en Culiacán, en 1976.
“La bala le entró por la frente y le reventó la cabeza. Se le salieron los sesos. Me acuerdo que los agarré y se los metí de nuevo”, me contó varias veces mi abuela antes de que sus recuerdos quedarán diluidos en una dimensión desconocida. Me pregunto si el día del asesinato traía carmín en la boca.
Visitarla donde ya no está
Escuché a mi mamá gritar: «¡Aída, ya me voy! ¿Vienes o te quedas?» Corrí al comedor. Las escaleras de mármol son peligrosas cuando las bajas de prisa. Lo primero que vi en la mesa fue un paquete de galletas, un labial rojo y unos aretes de perlas grandes: “¿Vas con mi abuela?”
Ahora está en una casa de retiro. Habrá que evitar el contacto con ella en medio de este caos. Arriesgarla puede ser una fatalidad. Ya está viejita.
En la casa de asistencia no nos dejaron tocarla. Solo verla y de lejos. Nos separaba el cancel de la cochera del lugar. La vi salir. Tomada del brazo de la enfermera, no parecía ella. Era otra. En pijama a las cinco de la tarde. Su cabello rubio no lucía sin ese crepé de siempre. Aletargada, seria, sin ganas de hablar. Parecía bajo el efecto de alguna droga para calmarla.
Mi mamá y yo lloramos. Pensé “si mi abuelita Emma estuviera lúcida se autocalificaría como ‘Vieja loca’”. Nunca tuvo pelos en la lengua, aunque no usaba majaderías. Siempre pulcra, de formas para hablar.
El impacto de un labial rojo
¿Dónde quedaron sus labios rojos carmín? Mi mamá siempre me repite el impacto que tiene el labial rojo en la abuela.
Cuando la veía triste o en un mal momento por la enfermedad, le pintaba los labios y en automático la viejita se ponía derechita… presumida, coqueta. Era la personalidad de Doña Emma, para quien parece que la belleza es un deber.
Mi abuelita lucha en la guerra de no perderse a sí misma a diario como para sumarle otra guerra al no dejarla estar en su casa al alcance de su tocador.
Parece una mentada de madre. Siempre nos recordaste que “hay que chingarle” y no depender de un hombre porque a la vuelta de la esquina puede ya no estar y la vida pintarte un escenario de viuda con ocho niños. Te movías en un ambiente laboral pesado. Curioso como llevabas en tu bolso una pistola pero también un labial.
Que escenario tan distinto verte así, abue. Sé que no te sentarías en esa mesa de comedor porque no tiene mantel. Tampoco salieras al recibidor en pijamas. No dejarías que te vieran sin tu placa dental. Mucho menos sin tus labios rojos.
Parece injusto como después de pasar una vida tan dura tengas que verte en la necesidad de estar aquí. Entendí el porqué de tu labial rojo. Es tu arma, abue. Lo que te recuerda quien eres.
Tu mejor arma en esta guerra.