Cómo el #SkinPositive me ayudó a vivir con acné

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Ana Karina nos cuenta su proceso para aprender a vivir con acné gracias al movimiento #Skinpositive que ha surgido en redes sociales.

Por: Ana Karina Guzmán Bucio

Vivir con acné es difícil. Mirarse al espejo cada mañana es una lucha entre la aceptación y el rechazo-porque-estándares-de-belleza. 

En mis periodos de acné severo, evito salir de casa para esquivar las miradas y las recomendaciones de productos o remedios que les funcionan bien a las personas cuyo acné no es una condición dermatológica crónica. La mirada pesa tanto como un comentario o remedio no solicitado. 

El acné puede ser una condición prolongada, así como cualquier otro padecimiento de la piel. Tuve mi primera crisis a los 15; en ese entonces me dijeron que la edad curaría todo. A los 26 acepté que eso no ocurriría. 

Vivir con acné no significa suciedad o descuido

Una amiga que también padeció acné severo me dijo una vez que su ideal de belleza incluía la piel limpia como un básico.

Bajo esta lógica, tener acné significa tener una piel sucia. Y sí, el acné suele asociarse con la falta de higiene, aunque quienes lo padecemos sabemos que eso es un mito. 

Mis dos peores crisis de acné se desencadenaron, según mi última dermatóloga, debido a un mal uso de productos de limpieza facial. Por querer arrancarme la suciedad de la piel, me provoqué acné. 

Aunque lo sé, comparto de alguna forma la idea de mi amiga: también relaciono el acné con la suciedad. Distorsión cognitiva, dice mi terapeuta. 

Lo cierto es que resulta difícil deshacerse de los prejuicios contra los cuerpos incluso cuando una no tiene un cuerpo normativo. 

La idea de una piel “limpia” es parte del estándar de belleza. De lo contrario, ¿por qué no vemos en medios a personas con acné? ¿Por qué existe la necesidad de cubrir los brotes con maquillaje o Photoshop?

¿Por qué hay a la venta múltiples productos y rutinas para limpiar la piel de imperfecciones? Porque el acné es eso, una imperfección. Lo perfecto es una piel sin brillo y lisa. 

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Así empezó todo

Tengo tendencia a acné severo desde los 15. En ese entonces trabajaba en un lugar donde había un espejo gigante frente al mostrador que me recordaba cada día cuántos brotes había en mi cara. Renuncié cuando mi rostro comenzó a hincharse, ya no soportaba mirarme. 

Dice el personaje de Liliana Blum en Pandora que en ella hay dos miradas, una benévola y otra que juzga su imagen según los estándares de la sociedad. Pues en mí estaban esas dos y pesó la segunda. 

Después vinieron otras dos crisis; en ambos casos acudí al dermatólogo porque el padecimiento estaba afectando mi salud mental. Comencé a deprimirme y mi distorsión cognitiva me hacía pensar que todos me juzgaban con base en mi cara. Me sentía fea. 

Aunque era candidata al tratamiento con isotretinoína debido a la gravedad de mi estado, ninguno de los dos médicos me la administró. El argumento de la dermatóloga que me atendió la última vez fue que ello ocasionaría daños al feto si decidía embarazarme en el lapso de los próximos dos años. Aunque negué esa posibilidad, la doctora me recetó otro tratamiento. 

¿Por qué eligió pensar en la vida de alguien inexistente en lugar de mi salud? Es algo que me pregunto a veces, y supongo que es parte de las misteriosas formas en que opera el patriarcado. 

De hecho, una de las dificultades más grandes de tener acné es acceder a un tratamiento adecuado. El costo del servicio y de los medicamentos suelen ser elevados, a pesar de que ya existen medicamentos genéricos o de precios más o menos accesibles. 

La importancia de la comunidad

En Un lugar seguro, dice Olivia Teroba que necesitamos construir espacios donde “nos sintamos a salvo”, eso para mí incluye no solo la dimensión afectiva sino también la corporal. En el lugar seguro que yo imagino, está prohibido hacer comentarios sobre los cuerpos de las otras personas.

Desde que empecé a luchar contra el acné, me sentí sola en ese proceso. Parecía que todos a mi alrededor tenían la piel perfecta, excepto yo.

No tuve acompañamiento psicológico sino hasta mucho después. Me daba pena acercarme a otras personas con acné para compartir experiencias, sentires. Me hacía falta mi lugar seguro. 

Eso cambió un poco cuando descubrí que hay una comunidad de personas con acné en las redes sociales bajo el hashtag #skinpositive. 

Por qué me ayudó el #SkinPositive

Llegué a ella gracias a unas stories de Majo, en las que contaba un poco de su experiencia. Le escribí y al final de los mensajes que compartimos me dijo que por fortuna no estábamos solas en esto.

Y sí, lo cierto es que cuando tienes un problema así es reconfortante saber que hay alguien más que está pasando por lo mismo.  

El hashtag y el movimiento denominado skin positive surgió gracias a la serie fotográfica Epidermis, realizada por Sophie Harris-Taylor (quien también padeció acné), cuya finalidad era visibilizar las enfermedades de la piel.

De acuerdo con Sophie, el body positive no incluye representaciones de este tipo, así que eso la motivó a llevar a cabo esa labor. 

Actualmente, existen muchas cuentas en Instagram de personas que documentan su experiencia y su proceso de recuperación; además, buscan normalizar el acné publicando con regularidad selfies sin maquillaje, mostrando brotes, brillo y cicatrices. 

Esas cuentas cambiaron mi percepción; gracias a ellas vi fotos que jamás creí ver en redes sociales porque yo misma siempre he ocultado mis brotes y cicatrices con filtros o luz natural. Me confronté con mis propios prejuicios sobre el tema.

Me hizo plantearme preguntas: ¿Cómo veía yo a otras personas con acné? ¿Cómo veo ahora a quienes no esconden su acné, sino que lo muestran abiertamente? ¿Asociaba yo el acné con la fealdad?

Reconocer a través de ese espacio mis prejuicios sobre el tema ha sido un proceso largo y complicado. 

El camino sigue

Sin embargo, a diferencia de lo que promueven algunas de esas cuentas de skinpositive, no quiero reivindicar el acné dentro de los estándares de belleza.

Actualmente mi piel está estable, pero tengo muchísimas marcas en la cara. En cada crisis de acné severo esas marcas se han multiplicado y con la edad es más difícil que mi piel se regenere. 

Intento pensar en mi piel como en el kintsugi, ese arte chino que consiste en reparar los objetos rotos insertando resina con polvo de oro en las grietas. Dice Andrés Neuman en Fractura que en el kintsugi las marcas se convierten en una parte importante de la historia del objeto. Una especie de memoria. 

Pero no ocultar las cicatrices sino hacerlas parte de la historia personal resulta un desafío; para mí sigue siendo una lucha diaria que todavía no sé si terminará algún día. Al menos ya sé que no estoy sola en esto. A veces, saber eso me ayuda a mirar con ternura mi propia imagen. 

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