Está bien no hacer nada: 6 tips para resistirnos a la productividad

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Es súper común sentirnos culpables cada vez que nos damos tiempo para no hacer nada. La autora Jenny Odell explica en su libro que decirle que no a la productividad es luchar contra el sistema.

Por: Berenice Valencia Fernández

Hay días en los que me siento culpable y fracasada por no producir. Pero ¿producir qué? ¿Producir para quién?

La respuesta general es que al capitalismo le conviene que veneremos la hiperproductividad y sintamos culpa si no nos adherimos a su modelo. Entonces no importa que sepamos o no qué estamos produciendo, lo importante es siempre estar ocupada. 

Un día de diciembre estaba leyendo en el sillón de mi abuela y un tío me preguntó de qué trataba mi libro. Le dije que estaba aprendiendo a no hacer nada. Creyó que era un chiste y nos reímos, pero no lo era.

Conozco a muy poca gente que puede dedicar un rato a no hacer nada sin sentirse culpable. Yo quiero ser una de esas personas.

Jenny Odell explica por qué no hacer nada

Jenny Odell es una artista visual y escribió How to Do Nothing: Resisting the Attention Economy, donde cuestiona la hiperproductividad y las formas en las que impacta nuestra capacidad de reflexión, nuestras comunidades y al ambiente.

Para eso, hace esta comparación. Lo que la economía le hace al ambiente es lo mismo que la economía de la atención le hace a nuestra cognición: explotarla en nombre de la productividad.

Y a eso se refiere la economía de la atención, a que nuestro tiempo se convierte en un bien que las empresas quieren obtener.

Este libro no es un método, es una invitación a caminar (o sentarse) y cuestionar. A partir de sus consejos y de algunas experiencias propias, les comparto algunas pequeñas acciones para resistir.

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¿No hacer nada? 6 tips para cuestionar la productividad

1. Hablar con tus compañeras de trabajo

Si vamos a cuestionar modelos laborales que nos explotan, las acciones individuales no nos llevarán muy lejos, entonces hay que procurar hablar con nuestras compañeras.

Lo más probable es que ellas también estén cansadas, que también les parezca injusto trabajar tantas horas, que también ansíen un seguro médico de calidad y vacaciones pagadas.

Nos convencieron de que para ser una buena trabajadora o estudiante hay que “darlo todo”, qué importa si ponemos en riesgo nuestra salud mental o física, el punto es quedar bien.

¿Con quién? Quién sabe. El ambiente que se genera es una combinación de competencia incesante y agotamiento. Así no podemos organizarnos contra los abusos sistemáticos del sistema laboral. Es importante no darlo todo, descansar, platicar, organizarnos.

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2. Entender a las redes sociales

Creo que todas intuimos lo dañino de las redes sociales. Reducen nuestra capacidad de reflexión y autorregulación y nos mantienen en un estado constante de ansiedad, urgencia y soledad.

Las redes sociales necesitan que seamos adictas y utilizan diferentes estrategias para lograrlo: desde el diseño persuasivo hasta usar nuestras emociones, sobre todo las negativas.

Si ya te has peleado con alguien en Facebook o Twitter, seguro entiendes: leemos algo que nos enfurece, contestamos y regresamos cada dos minutos a continuar discutiendo.

Jenny Odell sugiere que la solución no es dejar las redes sociales ni hacer un detox, sino entenderlas. Siendo realistas, son una forma de convivencia y aprendizaje. Así que no se trata de desintoxicarnos “para hacer otras cosas productivas” (si de eso queremos huir) sino de saber cómo funcionan. 

Esto nos da la posibilidad de usarlas para nuestro beneficio y hace más fácil resistir tanto un clickbait como una pelea sin sentido. 

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3. Escuchar el radio y visitar a tu vecina

Los algoritmos generan una versión de lo que somos para empujarnos a que nos gusten cosas muy parecidas a las que ya consumimos. Pero las personas no somos marcas, tenemos matices, convivimos y cambiamos. 

Una forma de recordarlo es prender la radio para encontrar canciones que nos gustan, pero el algoritmo musical nunca nos recomendaría. En mi caso, las viejitas de Enrique Iglesias.

Otra manera de conectar fuera del algoritmo es pedir (y dar prestadas) las famosas tazas de azúcar a nuestras vecinas. Ellas son personas a las que Facebook no nos recomendaría, pero con las que podemos hacer comunidad.

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4. Tener una rutina de medios. 

Atiborrarnos de información hasta que ya no podamos pensar no nos deja actuar.

Una manera de saber qué está pasando pero no ahogarnos en noticias es crear una rutina de medios, algo que he visto que muchos periodistas hacen.

Podemos crear una lista de Twitter donde sigamos medios periodísticos para quitarlos de nuestra página principal y así no mezclar datos útiles con catástrofes simuladas y con memes.

Acuérdate que no pasa nada si no te enteras de la noticia de último minuto y menos si no opinas apenas lees un tuit. Puedes leer una nota entera y tomarte el día para pensar en tu postura.

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5.  Menos hilos, más conversaciones

Todos los días vemos cosas en redes sociales que nos enfurecen y nos hacen querer gritar al vacío.

Quizá, en lugar de responder y buscar likes, nos haría mejor platicarlo con una persona a la que sí le interese escucharnos y entendernos. Si no tenemos razón, también es más probable que sepamos escuchar a una amiga que a un desconocido.

Por supuesto a veces el internet es un gran informante y aprendemos cosas en hilos, pero después de muchos años adicta a Twitter (como ya podrán haber notado) me doy cuenta que la mayoría de las veces, cuando he sacado algo interesante de ahí, ha sido porque no se queda en un tuit sino que se transforma en una conversación.

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6. Visitar un parque.

El pasatiempo de Jenny Odell es ver pájaros y aprenderse sus formas de cantar. A partir de eso, comenzó a interesarse más en todo su entorno.

Si conocemos el espacio que nos rodea, es más probable que nos encariñemos y, por lo tanto, lo cuidemos.

Hace poco aprendí que por mi casa hay cacomixtles. Ya había visto alguno pero no sabía lo que era. Ahora estoy muy impresionada de que sobrevivan en la ciudad y estoy atenta por si vuelvo a ver uno.

Recordar que hay tantas criaturas con las que compartimos el mundo y que, a pesar de las dificultades que les causamos, viven a su propio ritmo, nos ayuda a cuestionar nuestros sistemas productivos.

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Hay otras formas de resistir a la economía de la atención. Ver una obra de arte que nos ayude a poner atención al sonido o a los colores. Usar plataformas sociales no comerciales y descentralizadas (te recomiendo Mastodon). Organizar un grupo comunitario para defender una especie o para crear un parque.

También podemos no hacer nada. Porque cuando tenemos tiempo para no hacer nada, podemos imaginar otros mundos, otros modelos de producción y convivencia que no se basen en la explotación de personas, animales y ambiente, que nos permitan ser personas con toda la complejidad y diversidad que esto implica. 

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