Tengo tres hermanas mayores que yo. Juntas hemos pasado muchos momentos duros y, sin darnos cuenta, hemos creado rituales para sanar cuando alguien nos lastima. Uno de ellos es la serie Sex and the City.
Aunque ahora cada quien haya tomado su camino y esté haciendo su vida, a veces me detengo a pensar en las cosas que me enseñaron mis hermanas. ¿Una de ellas? Sobrevivir después de que te rompen el corazón.
¿La solución al dolor? Ver todas las temporadas de Sex and the City de principio a fin. Desde que Carrie conoce a Mr. Big hasta que baila con Aleksandr Petrovsky en un McDonald’s en París usando un Oscar de la Renta color rosa (obviamente sabrás de que estoy hablando si viste toda la serie).
Así comenzó…
Cuando mi hermana mayor pasó por su primera gran ruptura –ya sabes, esa de prepa en donde conoces a tu “primer amor”– compró poco a poco todas las temporadas de la serie Sex and the City. Yo tenía aproximadamente 10 años y, desde entonces, comencé a ver cómo podían ser las relaciones tóxicas.
Vi a cada una de mis hermanas llorar y participar en noviazgos que, por decir poco, eran dañinos, pero también las vi levantarse, encontrar su libertad y luego volver a enamorarse con la misma soltura.
Esos días en donde sentían que les dolía cada parte de su cuerpo por dejar ir a alguien que amaban se quedaron en mi cabeza por siempre, y solían ir acompañados por días en el sillón de mi casa, en donde se reproducían los capítulos de Sex and the City una y otra vez.
¿Por que la serie Sex and the City?
Es importante reconocer que Sex and the City no es más que una serie de mujeres blancas privilegiadas en la cual TODAAA la conversación gira entorno al sexo masculino.
Sin embargo, es una serie en la que, por más estereotipos que reproduzca acerca de cómo debemos ser mujeres, las protagonistas se hacen preguntas sobre ellas mismas y hablan abiertamente sobre su sexualidad, sus cuerpos y la forma en la que quieren ser amadas (obviamente Samantha es mi favorita).
Más allá del lujo –y los zapatos de $300 dólares de Carrie– encontraba en la serie un espacio que en mi realidad (y en la de mis hermanas) no existía. Uno en donde las mujeres podían hablar libremente de sexo y su propio placer sin que se les juzgara, por lo menos no entre ellas.
Mi experiencia
Recuerdo que uno de los capítulos de la serie me hizo sentir que comenzaba a sanar después de haber terminado una relación super tóxica con un ex novio con el que dure tres años.
Durante ese periodo, mi autoestima estaba por los suelos, no me sentía valiosa y había olvidado lo que se sentía ser fuerte por mí misma, hasta que vi un capítulo en el que Carrie se sentía igual, insegura de sí misma y llena de defectos.
En el episodio, Carrie camina en un desfile de modas –algo que ella toma como una oportunidad para sentirse mejor– pero al salir a la pasarela se cae en frente de todos… hay un momento de tensión, pero después se levanta y recibe el apoyo de sus amigas.
El capítulo termina con la protagonista feliz, sola y amándose a pesar de que durante todo el capítulo no se siente cómoda en su piel. Fue algo muy sencillo, pero en ese momento pude sentirme igual que Carrie: amándome a mí misma.
Un ritual de hermanas
Lo más importante y lo que me sorprende no es cómo Sex and the City me dio grandes lecciones sobre mi placer; las relaciones que construyo y la importancia de amarme a mi misma antes que a cualquier vato, sino cómo alrededor de la serie mis hermanas y yo construimos un ritual para sentirnos más fuertes y acompañarnos una a la otra.
Ahora cada vez que alguien pasa por una ruptura amorosa es totalmente normal que las seis temporadas de la serie pasen a manos de quien este en duelo, con la condición de que no regresen a mi hermana mayor hasta que terminemos de verlas por completo.
Más allá de ser una serie, Sex and the City representa a mis hermanas sentadas junto a mí cuando no están físicamente; sus voces diciéndome que todo estará bien, que sanaré y que, tarde o temprano, volveré a mí misma.