Texto. Macarena Jiménez Estefan
Conocí a Rosalía en el 2015, mientras estuve de intercambio en Barcelona. Ella bailaba flamenco en la Tani y yo intentaba hacerlo.
Mi carrera como bailaora terminó el mismo semestre que comenzó. Ambas cursábamos el nivel intermedio. Ni Rosalía ni yo éramos las mejores de la clase. En realidad, la bailaora más destacada tenía sólo ocho años. Era una artista, quizá una futura Rosalía.
La primera vez que hablé con Rosalía me contó sobre su proyecto como cantaora en algunos tableaos de la ciudad. Empecé a seguirla en Instagram cuando no pasaba de cinco mil seguidores.
Me encantaría decir que nos volvimos amigas, inventar historias interesantísimas juntas. No fue así. Precisamente porque, si algo me impresionó de ella, fueron su entrega y disciplina a su carrera musical.
Mientras yo salía de fiesta con mis amigas, Rosalía cantaba, bailaba, practicaba una y otra vez.
Una mujer «self made»
Para quienes dicen que Rosalía es un invento, lamento romper su ilusión. Rosalía siempre usó las uñas largas, con colores y piedrecillas. Siempre usó los labios rojos, las arracadas grandes, los colores que quiso.
La imagen y el talento de Rosalía no son invento de nadie más que de ella. No es producto de una conspiración que quiso lanzarla a la fama. Rosalía es resultado de su propia historia y quien quiera negarlo quizá deba analizar su capacidad para admirar el poder de las mujeres para construirse una cima de éxito.
El impacto de El mal querer
El mal querer de Rosalía ha roto fronteras, no solamente por su producción musical sino porque el álbum conceptual aborda uno de los temas con más resonancia social en el mundo de las redes: las relaciones tóxicas. En específico, la normalización de la violencia hacia las mujeres.
No es circunstancial que algunas frases de sus canciones se usaran como bandera en la marcha del 8M. El disco está basado en una novela anónima del siglo XIII titulada “El Román de Flamenca” donde se narra una violenta relación de pareja.
Cada canción cuenta con dos nombres: el de la pista y el del capítulo que representa.
¿Cuántos anónimos en la historia de la literatura fueron en realidad mujeres? Esta pregunta de Virginia Woolf se reivindica con el trabajo de Rosalía.
La autora inglesa también dijo: “Escribid, mujeres escribid, que por tantos siglos nos fue negado”, y es que Rosalía no solamente escribió las canciones, sino que también las produjo, las interpreta y las baila alrededor del mundo. Todo esto hablando sobre la historia de una mujer a quien se le prohibía vivir.
Un tsunami de poder femenino
No es solamente la letra o la música lo que vuelve a El mal querer una obra revolucionaria: su representación completa es un tsunami de poder femenino que intimida o empodera. No hay espacio para la neutralidad.
A Rosalía se le ha criticado la apropiación cultural del flamenco y, más aun, de la cultura gitana. Al respecto, ella ha respondido lo siguiente: “la música no tiene nada que ver con la sangre ni con lo territorial. Nunca. He estudiado flamenco durante años, lo respeto más que nada y conozco sus orígenes. Sé que proviene de la mezcla de etnias, que es una fusión de sonido gitano, negro, hebreo, árabe, español… El flamenco no es propiedad de los gitanos. No es propiedad de nadie, de hecho. Y no pasa nada por experimentar con él. Es sano».
Es precisamente esta postura revolucionaria y sin miedo a la mezcla de culturas musicales lo que ha dado a Rosalía una voz poderosa, que la atraviesa cuando canta.
La última edición de “El Román de Flamenca” ya se agotó en las tiendas de España.
Mientras tanto, en México seguimos enterrando nueve mujeres al día. Muchas de ellas son víctimas de violencia en casa, dentro de las relaciones de pareja. Quizá por eso ver a Rosalía bailar y escucharla cantar se convierte en una dosis necesaria de empoderamiento que nos sienta bastante bien para recuperar nuestras voces y alzarlas contra todo tipo de violencias.