La historia va más o menos así: he estado sola en San Valentín toda mi vida.
De adolescente, destrozada por no ser el crush de nadie y por encabezar la venta de rosas sin recibir ni una a cambio (de sólo escribirlo me siento tan imbécil como en aquellos días).
He pasado San Valentines completamente a mis anchas, alegre de no tener que reservar y pagar el hotelazo con anticipación o comprar cualquier regalo a precios inflados. Otros, los he pasado distanciada de mis respectivos queveres o con relaciones convenientemente terminadas antes del mero día.
He comido con amigas en la misma situación que yo y algunos San Valentines más me he quedado en casa preguntándome si siempre será así, si terminaré vaciando mis más ardientes afectos en un animal de compañía, mismo que no dudará en devorar mi cadáver cuando lo inminente pase.
Lo admitamos o no, lo anterior ha cruzado por la mente de todas y cada una de las más completas y felices solteras. Es inevitable pensarlo cada tanto, especialmente cuando una invasión de peluches gigantes y corazones hinchados de helio nos persigue por la calle.
El amor y la coca se parecen
Este 14 de febrero no será la excepción, lo pasaré bajo una montaña de asuntos que debí haber resuelto hace semanas y el único que va a tocarme será el dentista. De cualquier forma, al igual que muchas personas, pensaré cada tanto en el pinche amor.
Si son como yo, seguramente siguen sin tener idea de qué es realmente el amor y este texto no lo resolverá, no puedo definirlo, ni quiero; cada quién debe descubrirlo…
…
Bueno, ya que insisten, intentaré explicarlo científicamente: el amor es una gran fumada de crack. El amor y la cocaína tienen en común mucho más de lo que imaginamos; ambos son potentísimos, altamente adictivos y en –no pocas ocasiones– destructivos. Para efectos de no romper las ya ultrajadas leyes y no arruinar nuestra salud, lo mejor es optar por el primero, total el bajón debe sentirse igual de terrible… creo.
Lo que sí sé, por aprendizaje directo, es que el amor no debería ser una fecha envuelta en regalos hechos en China, tampoco debería ser mendicidad ni violencia, quizá se parezca a una mezcla palpable de ternura y alegría, una que es imposible experimentar todo el tiempo, pues no hay rush perpetuo ni persona que lo aguante.
El amor es algo que no es bello en todo momento, ni necesariamente nos completa o salva, mucho menos nos transforma en mejores personas, eternamente sonrientes y con brillo en la mirada.
Asquerosamente mundano y real
Quizá el amor es simplemente que se nos permita ser personas, con todos nuestros defectos físicos y conductuales, con nuestros miedos, inseguridades; manías, olores y síndrome premenstrual incluido.
Quizá es algo que persiste tras esos ronquidos que amenazan con derribar la casa, algo que sobrevive a una diarrea brutal y al peor día de la menstruación.
Lo siento, pero no hay final edulcorado: el amor es asquerosamente mundano y real (igual que los ejemplos anteriores) y, como todo, termina.
Basta observar a esas hermosas parejas hollywoodenses anunciando su rompimiento en las redes sociales y a un montón de mortales cercanos a nosotros separándose, para deducir que casi ningún ser humano es capaz de soportar a otro al 100%.
¡Y qué! La vida sin amor perdería sabor y tendría aún más sinsentido…o tal vez no, pero para qué nos hacemos, nada va a quitarnos las ganas de saborear un poco de amor dulce y caliente, de tener a alguien al lado, aunque sea para creer, por un instante, que la vida es un poco menos dura, que en algún lugar hay alguien con quien reír y poder burlarnos juntos de la banalidad de San Valentín.