El 1 de diciembre, en la toma de protesta del nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dos diputadas fueron fuertemente criticadas por cómo iban vestidas. No por lo que dijeron, no lo que hicieron, sino por sus vestidos.
Muchas personas no sabían cómo se llamaban, ni de qué partido eran, pero dijeron muchas cosas despectivas sobre ellas sólo por su elección de vestimenta.
Las diputadas son Mariana Dunyaska García, del PAN, y Karina Almanza, de Morena, a quienes personajes como Joaquín López Dóriga criticaron en Twitter diciendo cosas como:
EN VIVO llegando de la boda a San Lázaro. #diputadas #TomadePosesion #4-T pic.twitter.com/0CuY9lTChP
— Joaquín López-Dóriga (@lopezdoriga) 1 de diciembre de 2018
Esto provocó que mucha gente dijera que qué «mal gusto» y que “nacas”.
Para empezar, hay que remover la palabra «naco» de nuestro vocabulario, porque es increíblemente clasista, y segundo, ¿y? ¿Qué tiene que no les hayan gustado los vestidos que se pusieron? ¿Les hace mejor personas tener gustos diferentes?
La lupa sobre la vestimenta femenina
La fuerte crítica a la vestimenta de las mujeres que son figuras públicas no es algo nuevo ni exclusivo de México.
Las elecciones del 2016 de Estados Unidos se caracterizaron por ser las primeras elecciones en la historia del país en las que un hombre y una mujer se enfrentaron por la presidencia.
Probablemente nadie recuerda que los trajes de Donald Trump no estaban hechos a su medida o que a veces usaba el color inadecuado para la ocasión, pero todo mundo recuerda cómo iba vestida Hillary Clinton. Recuerdan el color de sus trajes en los debates y cómo, supuestamente, su elección de color afectó cómo era percibida.
La ropa es una forma de expresión, sí, pero ¿parece justo que una mujer sea tan fuertemente criticada por cómo va vestida?
Un fenómeno global
Hace algunos años, en Australia, un presentador de noticias usó el mismo traje durante un año entero a manera de protesta, para demostrar cómo la crítica hacia su compañera era mucho mayor que la que él recibía. Nadie se dio cuenta hasta que él lo hizo público.
¿Por qué? Porque las mujeres además de tener que tener las capacidades para desempeñar un puesto, también pagan un “impuesto de belleza”.
Mientras que los hombres suelen ser juzgados por sus ideas y su desempeño, las mujeres, especialmente las que son figuras públicas, deben ser «perfectas» y verse pulcras, jóvenes y arregladas.
Poner tanto énfasis en cómo van vestidas las mujeres es una muestra más de misoginia. Las mujeres deberíamos poder ser libres de expresarnos a través de nuestra vestimenta sin ser ridiculizadas y sin que eso comprometa nuestros empleos.
Me encantaría que llegara el día en el que la meritocracia sea una realidad, en el que las cuotas de género no sean necesarias (sin cuotas no tendríamos nada de mujeres en el poder) y que las mujeres recibamos el mismo trato que hombres. Aunque legalmente estamos más o menos emparejados, socialmente estamos lejos de lograr la igualdad de género.
Y no son sólo hombres los que señalan a las mujeres por su vestimenta, mucha de la crítica más fuerte viene de otras mujeres. ¿Por qué somos así? ¿Por qué competimos tan cruelmente contra la otra?
El que una mujer sí cumpla con el mito de la belleza no la hace automáticamente buena persona. Tampoco son malas personas quienes no cumplen con las normas sociales.
Dejemos de deshacernos entre mujeres. Las diputadas Mariana y Karina se pusieron vestidos bonitos y de fiesta porque eso fue la toma de protesta, una celebración.
Señores que se ponen trajes demasiado grandes y tuitean valientemente, porque a ustedes no los juzgan por cómo se ven, se les acabó su reino. El futuro será de las mujeres… y de las Malvestidas.