Así fue como logré dejar de sentirme mal por tener senos pequeños

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Luché por años con el tamaño de mi busto. Yo era de las que, al momento de tener relaciones sexuales, no se sentía cómoda al echarse por completo en la cama, ante el terror de que la otra persona, al acariciarme, se encontrara con dos senos pequeños y sintiera lo mismo que yo cuando me tocaba: decepción.

De adolescente no pensaba demasiado en ello. “Van a crecer”, me decía. Eso no pasó. Entonces no me afectaba tanto, el problema llegó cuando inició mi vida sexual.

Expectativa Vs. Realidad

Según la pornografía que había consumido, los anuncios que había visto, las películas y las telenovelas con las que me había embobado, a los hombres les gustaban y excitaban las tetas grandes, redondas, paradas y del mismo tamaño.

Esos senos casi perfectos me hacían pensar, incluso, en femineidad, fertilidad y poder. Con tantas voces diciéndome cómo es el cuerpo ideal, sufrí al encontrarme distinta. No era sexy, ni sensual ni poderosa; vaya, creía que era menos mujer.

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Frustrada con mis senos pequeños

De haber recibido 5 pesos por cada pensamiento triste u obsesivo respecto a mis senos pequeños, creo que hoy tendría para el enganche de un departamento.

Estaba tan frustrada de no llenar los escotes ni las copas de mis brasieres, que empecé a enojarme –en secreto, claro– con las mujeres que, a mi parecer, sí eran bellas y perfectas. Eso me ponía todavía más sensible.

Pensando en el quirófano…

Obstinada con ser otra, cumplidos los 24 –y porque ya podía pagar a meses sin intereses– fui a ver a un cirujano plástico para que me diera opciones. “Tienes cicatrización queloide, no eres candidata”, afirmó, y dio por terminada la consulta.

“Con ese dinero mejor te das un buen viaje”, me dijo mi padre entre risas, quien no entendía mi obsesión. La verdad es que yo tampoco comprendía por qué esos pensamientos negativos rondaban mi cabeza.

Tardé un poco en darme cuenta que llevaba años construyendo un ideal de belleza que sugería, vilmente, que las mujeres con senos grandes eran mejores, más bonitas. El mito de la perfección es tóxico, te puede romper.

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¿Qué hice para sentirme mejor conmigo misma?

– Dejé de pelear con mi cuerpo y de mirar –a la mala– el cuerpo de las demás para compararme.

– Fui a terapia. La baja autoestima se trabaja mejor con un especialista.

– En lugar de juzgar a otras mujeres, empecé a buscar inspiración.

– Me alejé de aquellas personas (hombres y mujeres) que demandan una belleza única.

– Tiré los sostenes que no me quedaban, por ser una talla más grande, y que sólo me enfurecían, o lastimaban, cada que los usaba. En ese inter descubrí los bralettes y desde entonces creo que son lo máximo: son cómodos, lindos y algunos hasta más económicos que los brasieres.

–Salí de los básicos de mi armario y empecé a experimentar con prendas más versátiles y que destacan otras partes del cuerpo: brazos, espalda, piernas.

–Dejé de pensar en lo que podían pensar los demás porque, ¿de verdad a alguien le importa?

No se trata, tampoco, de decir si es mejor ser talla A en lugar de C. El tipo de cuerpo no define la clase de mujer que eres. Las personas también somos bellas por ser distintas, no iguales. La sensualidad, cabe destacar, se lleva en la personalidad y el amor propio, no en las tetas.

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