Sangre menstrual: más que polémica, una oportunidad de reconectar con nuestros cuerpos

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Texto: Sandra Lucario

“Cuando la mujer tuviere flujo de sangre,
y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada;
y cualquiera que la tocare será impuro hasta la noche”. Levítico, Antiguo Testamento

Ah, la sangre menstrual, esa pequeña incomprendida. Desde que éramos pequeñas nos enseñaron a ocultarla bajo llave, a despreciarla e –incluso– a avergonzarnos de ella. ¿Recuerdas el preciso momento en que te “bajó”? Las más “suertudas” se libraron del drama escolar de la falda manchada, y pudieron hablar del tema con su mamá, hermanas mayores o cualquier otra adulta de confianza.

Pero para la mayoría no fue así. Sí, nos sabíamos de memoria aquello de que el óvulo, la trompa de falopio y el endometrio. Nos había quedado claro que si menstruábamos podíamos respirar tranquilas: no estábamos embarazadas, también habíamos identificado que a toda menstruación correspondía su píldora contra los cólicos y su paliativo contra los cambios hormonales.

Es decir, enseñanzas patriarcales en las que en ningún momento alguien se asomó a platicarnos de todos los dones que podíamos encontrar en la menstruación.

En los últimos tiempos las mujeres han iniciado una campaña para desestigmatizar la sangre menstrual e invitar a otras a reconectarse con sus cuerpos. Aunque la mayoría reivindica el sangrado menstrual a través del arte, otras lo hacen de formas más “escandalosas” (escandalosas para el usuario de redes sociales promedio).

Las mascarillas de menstruación y la polémica

Hace algunos meses se viralizó la fotografía de una joven con el rostro impregnado de sangre menstrual. La imagen, como ha ocurrido con otras similares, generó controversia: unxs se burlaron de que ella sugiriera una reconexión con su naturaleza por medio de la sangre, otrxs la tacharon de ignorante, de loca, de posesa. La mayoría de los comentarios iban acompañados de muecas de asco.

La protagonista de la foto fue Esly Eunice Rodríguez, una veinteañera feminista que vive en Torreón, Coahuila, y estudia gastronomía. Para ella, “la sangre es una manera de renacer y una forma de reconocimiento”.

El peor mensaje que Esly recibió fue el de una mujer que le dijo que “era una vergüenza para el género femenino”, ataque que cerraba con una invitación a que se suicidara. En ese estado se encuentra la humanidad.

Sin embargo, hubo quienes aplaudieron su amor propio.

Expertas en el tema, colocan a la menstruación como una protectora del cuerpo femenino, como una fuerza que potencia a las mujeres desde el interior y las conecta con el mundo espiritual.

Redescubrimiento del ciclo natural a partir de la copa

En este discurso, la menstruación deja de ser un símbolo de femineidad que nos confina al destino manifiesto de convertirnos en madres y, en cambio, se traduce en un medio que nos ayuda a reconectarnos con nosotras mismas, reconociéndonos a través de los ciclos que nos habitan: energía, estados de ánimo, hormonas. Es decir, tomando conciencia de los mensajes con los que nuestro cuerpo se comunica.

“A todas las mujeres nos tienen con un crucifijo en la vagina”, dice Esly, mientras se enorgullece de haber entrado en contacto con su sangre gracias a la copa menstrual: “no hubiera podido tomarla si usara compresas y tampones desechables”.

La sangre menstrual no ha dejado de ser considerada como algo sucio, ofensivo e incluso pecaminoso.

Igual que como ocurría en otros tiempos, a estas alturas del partido, la mujer que menstrúa es igualmente impura –»y cuando fuere libre de su flujo, contará siete días, y después será limpia»–, quizá ya no se dice que arruina las cosechas, que marchita las plantas o que enloquece a los perros, pero los ciclos hormonales femeninos siguen generando crítica y descontento.

Sin hablar de la aversión que las mujeres mismas llegan a sentir por ella.

El día en que mandemos al diablo todos los eufemismos y tabúes que giran en torno a la menstruación (no, señoras, no es un castigo divino), y la asumamos como un proceso natural de nuestro ser-mujer, ese día la sociedad patriarcal habrá perdido a uno de sus grandes aliados: la culpa que se nos infunde desde pequeñas por haber nacido con una vagina.

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