Cuando tocó entrar a la secundaria, mis papás decidieron meterme a una escuela de monjas con puras mujeres. Ahí no se escuchó ni mi voz ni mi voto, solo mi berrinche. A pesar de que ellos no eran nada religiosos, lo hicieron porque les parecía que el nivel académico era superior al de otras escuelas de la ciudad y que sus programas extracurriculares valían la pena.
La escuela no era nada barata, así que finalmente pensé que mis papás estaban haciendo un sacrificio por mi educación y que debía ser agradecida…
Durante el primero año traté de sobrevivir lo mejor que pude. Era la etapa en la que más confundida me sentía sobre quién era y de pronto estaba en una escuela nueva, llena de chavas fresas que escuchaban Backstreet Boys cuando a mí solo me gustaba Linkin Park y Metallica.
Sentía que no tenía nada en común con ellas. Mis compañeras hablaban todo el día sobre niños que les gustaban, dietas, ropa y maquillaje y yo estaba más interesada en ir a los toquines de mis amigos punks, probar mi primer churro de marihuana y escribir poesía. Cosas que para ellas eran una locura y que me hacían meritoria de un “Wey, qué intensa” o “Wey, ¿eres emo?” si llegaba a expresar mi opinión.
Una gran revelación
Siempre fui la rara de salón, la oscura, la que no era suficientemente bonita, ni cool, ni femenina.
Salvo por Cinthia y Lore (las otras «raras» de salón) realmente no tenía amigas de la escuela. Por momentos eso me hacía sentir sola, como que no entendía las reglas para funcionar en esa nueva sociedad y estaba haciendo las cosas mal. Todo eso cambió cuando descubrí a la fabulosa Daria Morgendorffer en MTV.
No podía creer que un canal de televisión que dictaba la cultura teen y lo chido de esa época tuviera una serie –además una caricatura– en la que la protagonista fuera alguien con quien finalmente me podía identificar.
Daria, como yo, era seria pero no por eso infeliz. Estaba rodeada de chicas populares, pero no sentía la necesidad de pertenecer a su grupo y, lo mejor de todo, tenía el mismo sentido del humor negro y sarcástico que yo.
Recuerdo que había varios capítulos en los que terminaba con una sonrisa por las muchas similitudes que encontraba entre Daria y yo. Por ejemplo, hay un capítulo en el que muere un futbolista y toda la escuela está triste y le pide consejo a Daria porque piensan que es una persona profunda y triste que seguramente sabe cómo reaccionar.
A mí me pasaba algo similar, porque, a veces, cuando lograba platicar a solas y más a fondo con alguna de mis compañeras de salón, me pedían consejo y descubría que sí había cosas en las que nos parecíamos, que no todas eran tan huecas como pensaba. El problema es que siempre estaban en bola y era como si se mimetizaran y fuera obligación ser, pensar y hablar todas de la misma forma.
Na-na-na, na-na
Al ver la serie de dibujos animados, me quedaba perpleja por lo articulada que era Daria al momento de hablar y la forma en la que defendía sus principios. También me encantaba que usara combat boots con falda (ok, tal vez tenía un crush platónico con ella).
Lo importante es que ver Daria me salvó de un mundo de Quinns, me dio identidad, sentido y hasta cierto grado un aire de superioridad. Me enseñó que hay muchas formas de ser mujer y que al final no importa qué tan raros seamos para ciertas personas. Si somos auténticas, eventualmente encontraremos a nuestro verdadero grupo, uno en el que no nos sintamos juzgadas.