No soy la mejor amiga de nadie, y aprendí que eso está bien

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No soy la mejor amiga de nadie
Foto. Veda

Sé que puede sonar como algo triste para muchxs, pero no soy la mejor amiga de nadie. Sí, claro que tengo muchas amistades a las que adoro y estoy segura de que ellas también me quieren, confían en mí y buscan mi compañía, pero no creo ser LA mejor amiga, LA incondicional, LA gemela del alma de alguien…

En términos prácticos, mi mejor amiga siempre ha sido mi hermana, pero aquí me refiero a lxs amigxs que sin compartir tu sangre se convierten en tu familia elegida, que pueden terminar tus frases y que te conocen a veces hasta mejor que tú mismx. La mayoría de las personas que me rodean tienen al menos una y la consideran una columna emocional fundamental en sus vidas.

Sin embargo, si pienso en mi círculo cercano, no sería capaz de nombrar a alguna que sobresalga de entre todas las demás. Están las amistades con las que siempre es un deleite salir de fiesta o con las que puedo pasar horas hablando sobre relaciones, feminismo y los dramas de la vida adulta, pero siento que ese preciado estatus del mejor amiguismo me queda lejos o simplemente no se me da.

Esto no siempre fue así. Hasta el día de hoy podría nombrar con nombre, apellido –y hasta número de teléfono– a mis mejores amigas de la primaria y la secundaria. Esas con las que compartía dijes con las palabras Best Friends; con las que siempre armaba plan el fin de semana y que me hacían sentir que nuestra amistad era una especie de superpoder.

Pero fue quizá entrado a la universidad, cuando esas relaciones –entre platónicas e idealistas– terminaron. No hubo ninguna pelea dramática o situación específica que lo finalizara, simplemente fue el paso del tiempo, la separación física (ya no verse todos los días en la escuela) y darme cuenta de que conforme cambiaban mis gustos, intereses y forma de pensar, más me alejaba de esas mejores amigas con las que, de pronto, ya no tenía nada en común.

Quizá tiene que ver el hecho de haberme mudado de ciudad en un momento en el que tanto yo como mis entonces mejores amigas estábamos haciendo cambios importantes en nuestras vidas. Esa distancia física y el vivir nuevas realidades tan opuestas marcó todavía más la separación. Además debo admitir que soy pésima para mantener las relaciones a distancia.

Por otro lado, también pienso que es difícil hacer mejores amigxs cuando se es adulta, porque aunque conocemos a gente nueva todo el tiempo, entre el trabajo, las amistades ya existentes, novixs y los hobbies, se requiere de un esfuerzo mutuo para lograr que las agendas coincidan y se forje una relación.

Otra razón por la que creo que no tengo una mejor amiga es porque soy una persona que suele estar en relaciones largas, y el tener a una pareja con la que puedo hablar sobre lo que me preocupa y emociona, pedir consejo y sentirme acompañada, hace que no sienta tanta necesidad de conectar a un nivel tan profundo e íntimo con alguien más, que además es algo que me cuesta bastante.

Cuando le cuento todo esto a mis amigxs o colegas de trabajo, por lo general me responden con alguna frase condescendiente o les cuesta creerlo, en parte porque soy una persona súper amiguera que disfruta muchísimo conocer gente nueva, y también porque para la mayoría de ellxs la figura de una mejor amiga o mejor amigo es algo fundamental, una constante de anécdotas, momentos y una conexión sumamente especial capaz de soportarlo todo.

Simplemente creo que ese no es el caso para mí, al menos no en los últimos años de mi vida, y es  algo con lo que estoy muy en paz. Estoy segura de que no soy la única persona que ve las cosas de esta forma y también sé que el no tener como prioridad a una sola amistad no demerita las relaciones tan maravillosas que tengo con la gente que considero más cercana a mí.

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