Así fue como me recuperé de un aborto espontáneo

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aborto espontáneo
Foto. Vladislav Muslakov

**Texto: Alexandra S.**

Nunca estuvo entre mis planes ser madre, y G, mi pareja, tampoco tenía la más mínima intención de tener bebés, así que nuestras expectativas iban bastante alineadas. Pero cuando mis amigas comenzaron a tener progenie y cada vez había más niñxs a mi alrededor, la idea de repente no me pareció tan terrible. De un momento a otro, esas pequeñas personitas ya no me parecían tan atemorizantes y ahora incluso jugaba y conversaba con ellas.

G y yo lo conversamos durante mucho tiempo antes de decidirnos a aventurarnos en ese mundo frenético y desconocido de ser padres. No le contamos a nadie nuestros planes y nos abocamos a la tarea. No pasó mucho tiempo hasta que la prueba dio positivo y nuestra emoción fue tanta que no pudimos contenernos en soltar la noticia a nuestra familia y amigos más cercanos.

Muchxs a quienes les contamos nuestra noticia se mostraron escépticxs: ¿Tú? ¿Pero sí querías? Luego se emocionaron junto con nosotrxs.

Un comienzo impensable

Era el inicio de una espera larga. No hubo muy buenas noticias para mí, pues el embarazo empezó con un sangrado ligero, “a veces pasa”, me habían dicho, pero yo sentía que algo no andaba bien. Le pedí a G que me llevara con el ginecólogo, quien confirmó lo que yo de alguna manera sabía.

Había que expulsar “los restos”, me dijo el médico. Yo me sentí ofendida de que hablara así de quien yo ya consideraba “mi bebé”. Me recetó un medicamento, pero las punzadas se volvieron tan frecuentes y fuertes que tuve que ir al hospital. Tuvieron que hacerme una intervención quirúrgica, el dolor era tan insoportable que me obligaba a mantenerme echa un ovillo. G sostenía mis manos, desesperado por verme así, y yo, lloraba de rabia, de dolor, de miedo, de tristeza.

Cuando no superé ese peligroso primer trimestre, me desmoroné.

La recuperación física fue rápida, pero mi estado de ánimo no mejoraba. Estaba ensimismada, me negaba a hablar con alguien y no salí de mi cuarto durante días. Me sentía enojada con mi cuerpo, incapaz de albergar vida, enojada con el universo por arrebatarme la ilusión que tenía, me sentía muy frustrada, cansada. Me sentía inútil e incapaz de nada. Pero sobre todo, me sentía culpable de haber hecho algo mal y no haberme dado cuenta, de quizá no haberlo deseado lo suficiente, de quizá haber sentido alivio. Y mientras tanto G intentaba sortear mis depresión al mismo tiempo que trataba de mantener nuestra empresa —en la que ambos estábamos al frente— a flote.

El ginecólogo había dicho que lo que me pasó era normal, que había un porcentaje altísimo de embarazos que no se lograban, que no había nada mal con mi cuerpo, que incluso, a veces teníamos pérdidas de las cuales ni nos enterábamos porque eran muy tempranas. Pero yo no lo escuchaba.

Hasta que G me confrontó. No podía seguir así. Me habló fuerte, pero amorosamente, mirándome a los ojos. Me insistió en que hablara de lo que sentía, me pidió ayuda, me dio apoyo, nos abrazamos largo rato y lloramos juntos. Yo sentí como una vigorosa sacudida que me hubiera sacado de un trance.

Expresar para sanar

A partir de ese día empecé a escribir todo lo que sentía, sin juicios, sin miedo y sin pena. Volqué en el papel todo el enojo, la vergüenza y la culpa que sentía, todos mis temores y esa angustia que me mantenía despierta por las noches.

A veces sentía que la pluma se iba solita, descargando todo lo que yo sentía, ni siquiera lo pensaba. Fue un gran desahogo. Me levanté de la cama ¡por fin! y preparé café, empecé a retomar actividades poco a poco y mientras seguía escribiendo.

Lo que realmente me ayudó fue hablar. Llamé a una amiga y la invité a casa, me desahogué con ella y ella me compartió su propia experiencia, años antes había tenido un aborto espontáneo. Yo no tenía idea. Hablé con otras amigas, algunas tenían hijos, algunas habían vivido experiencias similares a la mía.

En realidad, fue sorprendente conocer otras historias más cercanas de lo que pensaba. Me di cuenta de que muchas veces vivimos estas pérdidas en solitario.

Un sentimiento personal

Para muchas personas, la pérdida de un nonato casi no cuenta porque no era un bebé, así que desestiman nuestro dolor y nos consideran exageradas. “Pronto te vuelves a embarazar, no pasa nada”, dicen con indiferencia. Antes de los tres meses era todavía tejido que ni se había formado. Es cierto, por eso yo creo que, en mi caso, lo que perdí es la ilusión de futuro, de cómo se vería en unos meses ese pequeño ser que ahora empezaba a crecer, vi cortada de tajo esa expectativa y emoción de verlo conmigo, no pude llegar a imaginarme cómo cambiaría mi vida, cómo la voltearía de cabeza.

Me di cuenta de que la pérdida de los nonatos se invisibiliza mucho, y a muchas mujeres no se les permite expresar su dolor y tristeza. Por eso, lo que aprendí después de haber tenido un aborto espontáneo es que si vives esta situación no importa si no lo crees tan grave, o por el contrario, te sientes morir, siempre es bueno hablar, buscar a otras mujeres y hablar. Y así como hablar ayuda mucho, así también hay mujeres que escuchan, apoyan, consuelan. Sororidad.

Expresar lo que sentía fue fundamental para mi recuperación emocional. Poco a poco superé mi pérdida, y el recuerdo de lo que pudo ser y no fue, quedó guardado en la memoria, ya sin dolor.

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