México: del país en el que ‘nunca pasa nada’ al país que queremos

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No sé cuál sea la estadística oficial –no creo que la del gobierno esté ni cerca de representar la realidad– pero si vives en México, específicamente en la Ciudad de México, es un hecho que conoces a alguien cercano a ti que ha sido víctima de la delincuencia.

Personalmente conozco a muchos. Está Cris, a quien le robaron su teclado abriéndole la cajuela del automóvil; Pepe, a quien no sólo le han robado los faros de su coche dos veces, sino que una vez también entraron a su casa para llevarse su laptop. Está Majo, que una semana le robaron el celular en el metro y a la siguiente la cartera; Tamara, que le arrebataron la bolsa mientras caminaba por la calle. También están Goyo y JP, a quienes encañonaron en plena luz del día en la Condesa para robarles el dinero que acababan de retirar del banco. Cacho, que una noche de fiesta se quedó dormido en el asiento de atrás de un taxi y despertó en un barrio desconocido donde le quitaron todo, y Jonathan, a quien asaltaron cuando caminaba de regreso a su casa una noche. Estos no son nombres ni situaciones que me invento, son personas que conozco, amigos, gente con la que convivo cotidianamente. Sobra decir que ninguno recuperó sus pertenencias y las autoridades jamás encontraron a los responsables.

A cualquier persona debería parecerle escandaloso que yo necesite los dedos de mis dos manos para contar los casos de gente cercana que ha sido víctima de la inseguridad. Sin embargo, viviendo en un país como México hemos aprendido a consolarnos con cosas como “Cuando menos no te lastimaron” o “Pudo haber sido peor”, porque sí, hay que decirlo, hoy en día cualquiera te mete un plomazo en plena calle sin deberla ni temerla.

Así que una se vacuna contra el miedo y sale a la calle todos los días tratando de ser lo más precavida posible, cuidándose las espaldas y desconfiando de toda persona que se acerca a menos de un metro de distancia –porque mejor quedar como hostil o paranoica que como víctima–. También inventamos técnicas de autopreservación, como llevar una mochila señuelo y guardar las cosas valiosas en la bolsa de los jeans, por si intentan robarnos.

Sabemos que no debemos caminar en la calle después de cierta hora, ir a un cajero poco concurrido, ni llevar el celular a la vista. Necesitamos cuatro cerraduras para entrar y salir de casa, candados para nuestras bicis, alarmas para nuestros autos, cámaras en la oficina y guardaespaldas (quien pueda pagarlo). Somos esclavos de nuestra propia ciudad, y eso que ni siquiera estoy tocando temas como los feminicidios, el narcotráfico, la corrupción, la violencia contra la comunidad trans y los secuestros, sino de la delincuencia “de cajón” que hay en las calles todos los días.

Pensar en estas cosas da mucho coraje, sobre todo cuando vemos que lejos de buscar soluciones, el gobierno y las autoridades están demasiado ocupadas orquestando cómo robarse nuestros impuestos o analizando a qué tren del mame se suben para distraernos. Sin embargo da más rabia aún el sabernos conformes con esta situación y olvidarnos de alzar la voz para exigir respeto, porque creemos que en este país «nunca pasa nada».

En su discurso de despedida de la presidencia, Barack Obama dijo una frase que aplica a la perfección para todos los mexicanos que estamos cansados de lo mismo de siempre. “Nos corresponde a cada uno de nosotros ser esos guardianes ansiosos y celosos de nuestra democracia; aceptar la feliz tarea que se nos ha otorgado para continuamente tratar de mejorar esta gran nación nuestra. Porque, a pesar de todas nuestras diferencias exteriores, todos compartimos el mismo importante título: Ciudadano. En última instancia, eso es lo que nuestra democracia exige. Te necesita a ti. No sólo cuando hay elecciones, no sólo cuando tu propio interés está en juego, sino durante toda la vida».

Y una forma de involucrarnos con nuestra democracia todos los días es informándonos e impulsando programas que buscan hacer un cambio. Tan sólo por mencionar algunos que me vienen a la mente está la iniciativa #SinVotoNoHayDinero, de Pedro Kumamoto, que propone que «el dinero que los partidos reciben dependa del número de personas que convencen para votar». El proyecto Política en el bar, que se organiza en San Luis Potosí y busca abrir un «espacio de discusión entre la sociedad civil para promover y elevar el nivel de debate público entre los ciudadanos». La organización Proyecto Patriota, un «movimiento que trabaja desarrollando estudios, impartiendo cursos de formación y proporcionando una plataforma de acción social».

Sin embargo, si tienes interés en algún ámbito en específico –ya sea ecología, derechos humanos, equidad de género, derechos de los animales, transporte sustentable– busca una organización que esté trabajando en ello. Si no la encuentras, créala. Como dijo Obama en ese mismo discurso final: «Si estás cansado de discutir con extraños en Internet, intenta hablar con uno en la vida real. Si algo necesita arreglarse, ponte los zapatos y haz un poco de organización. Si estás decepcionado por tus funcionarios electos, agarra un portapapeles, obtén algunas firmas, y postúlate tú mismo para el cargo. Muévete, persevera«.

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