Así fue como yo, y muchas otras mexicanas, vivimos la Marcha de las mujeres en Washington

Compré mi boleto para ir a la Women’s March en Washington (D.C.) después de mucho titubeo. Fue de esas compras que no sabía cómo justificar, pero una vez que me llegó el mail de confirmación del boleto supe que había tomado la decisión correcta.

Llegué a D.C. el viernes al mediodía, un día antes de la marcha y justo cuando comenzaba la investidura o “inauguración” de Donald Trump como presidente. Salí del avión unos minutos antes de que llegara mi suegra a buscarme; suficiente tiempo para darme cuenta de que, como yo, muchas mujeres habían volado desde otras partes de E.U.A para asistir a la marcha.

Era fácil darse cuenta de quiénes venían a protestar tan solo por verles la cara de entre susto y emoción, también porque las conversaciones de estos grupos de mujeres circulaban alrededor de un infame señor que en ese mismo instante se convertía en presidente del país más poderoso del mundo.

Recordemos que Trump es un tipo que, además de calificar a las mujeres según sus atributos físicos, fue sorprendido diciendo que puede besar a las mujeres y agarrarlas por los genitales, así nomás, cuando se le antoje y sin previo consentimiento. Acusó a Hillary Clinton de ser una nasty woman cuando ella refutó sus posiciones en un debate presidencial y hoy en día amenaza con quitarle fondos a una organización que presta servicios médicos a mujeres. O sea, el tipo no es de nuestra gracia, de las feministas, digo.

El sábado en la mañana, por ahí de las 7:30 a.m., me subí al metro en dirección a la marcha. Apenas entré al vagón empecé a sentir esa emoción de cuando estás a punto de recibir la mejor noticia del mundo. El tren estaba lleno de mujeres de todas las edades yendo en la misma dirección que yo, con la misma cara de estupefacción que seguramente yo tenía. La emoción empezó a crecer cuando al abrirse las puertas del metro salieron cientos de mujeres chiflando, sonriendo y ondeando sus banderas de protesta. La calle junto a la estación estaba igual, todas sintiendo una euforia inigualable encaminándonos al punto de encuentro de la marcha.

Lo que vimos en las cuadras siguientes nadie nos lo pudo haber descrito. No éramos cientos de mujeres, éramos cientos de miles de mujeres. Mujeres con sus hijas e hijos, con sus nietas o nietos. Mujeres con sus parejas, con sus hermanas, amigas, con sus esposos o novios. Era una vista casi indescriptible y ciertamente inesperada. Casi todas con algún tipo de pancarta, muchas usando los famosos pussy hats rosados y todas, todas, unidas por las mismas causas.

Bajo la premisa de una marcha feminista, los que fuimos estábamos protestando que un hombre irrespetuoso y misógino sea el presidente, mismo que ha formado un gabinete de pseudo políticos con infinidad de conflictos de intereses. Protestábamos el odio difundido durante su campaña hacia los inmigrantes, musulmanes y minorías. Estábamos ahí defendiendo los derechos de la comunidad LGBTQ, así como las leyes que permiten a las mujeres definir su vida sexual y de reproducción. Protestábamos la falta de seriedad con la que la administración de Trump habla del calentamiento global. Estábamos todos ahí demostrando que queremos un país más humano, justo y progresista en el que quepan todo tipo de personas.

A las 10 a.m. abrió el panel de oradores. La actriz América Ferrera (quien es hija de inmigrantes hondureños, y una chulada de persona, por cierto). Su discurso llamó a la resistencia a esta administración a través de acciones cívicas y unión. Después de ella –y durante más de tres horas– escuchamos a diferentes oradores, actos musicales y celebridades como Madonna, Scarlett Johansson o mi querida Amy Schumer.

La inspiradora e ícono feminista, Gloria Steinem, habló de un mundo interconectado e insistió en la unión. Mientras que el activista Michael Moore nos invitó a participar activamente en la vida política de este país.

A la 1:45 p.m. entre cantos, porras y chiflidos, incluso a veces en español (el canto de «sí se puede» se repitió varias veces), la marcha comenzó a avanzar lentamente hacia la Casa Blanca. Con el fin de movilizarnos más rápido, intentamos irnos por la periferia hacia el National Mall, o área de monumentos, sólo para encontrarnos con aún más montones de gente protestando y demostrándose pacíficamente. Por donde una volteara –en el monumento a Washington, a Lincoln, al pie de los museos y edificios de gobierno, en las explanadas de los parques– por todos lados habíamos mujeres, familias, cientos de miles de personas con esa euforia que parecía no extinguirse.

Dicen que la disidencia es un acto de patriotismo y que cuando se amenazan las libertades, mantenerse neutrales nunca ha sido la opción que favorece a los desvalidos. Hoy, más que nunca, confirmé que manifestarse no sólo puede lograr mucho, sino que puede ocasionar un cambio instantáneo, pues como dijo Gloria Steinem invitándonos a continuar la lucha en contra de esta presidencia: Este es un día que nos va a cambiar para siempre, porque estamos unidas. Cada una de nosotras, individual y colectivamente, jamás será la misma”.

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