Sobre hipocondría, consultas médicas en Google y diagnósticos inventados

¿Alguna vez te has preocupado en exceso por una manchita en la piel después de las vacaciones de verano? ¿Crees que tienes un tipo de Alzheimer juvenil asociado a tus despistes varios? ¿Te obsesionas con la idea de que te estás muriendo de algún tipo de enfermedad grave que conoces tú, el doctor House y cuatro médicos reales?

Enhorabuena… Eres hipocondríaco.

Un hipocondríaco puede ser tachado de loco, aprensivo, pesado e incluso de obsesivo. Los hay que viven amargados en sus pensamientos y los que se lo toman con humor porque saben que, en el fondo, no es más que su cerebro jugándoles una mala pasada con enfermedades inventadas…

Según Google, esta condición afecta a la familia entera y las diferentes dolencias se convierten en tema exclusivo de las comidas navideñas.

Claro, como lo dice el amo y señor Google nos lo tenemos que creer…

Esto es lo que hace el hipocondríaco medio, el ciudadano de a pie que, sin conocimientos de medicina, se vuelve experto en la materia y se auto diagnostica un cáncer subungueal de la uña interna del pie, cuando en realidad es un dedo machacado por la caída de una plancha. Sin embargo, cree y se convence de que tiene algo más, a pesar de ser una joven de 25 años y leer y releer que ese tipo de cáncer afecta a la población masculina de más de 50 que vive en países africanos.

¿Qué es lo peor de todo? Que nuestra protagonista termine en la consulta del dermatólogo, mordiéndose las uñas y esperando un diagnóstico brutal y atroz que acabe con la amputación del miembro inferior. En el mejor de los casos, le tocará un dermatólogo amable y comprensivo, que se ofrecerá a checar uno a uno los lunares de la paciente que, nerviosita perdida, le comentará que es un poquito “aprensiva”.

Los hay que lo pasan fatal y acaban padeciendo problemas de ansiedad y necesitan tratamiento psicológico. Sin embargo, son muchos los que sufren en silencio y en grados más leves esta afección.

Y eso no lo digo yo (ni Google), lo dicen unos resultados publicados en el libro “Recomendaciones Terapéuticas en los Trastornos Mentales”, que muestran que un 20% de la población mundial padecería este mal producto de la imaginación.

Así que, hipocondríacos del mundo, ¡pronunciaos!

¿Cuál ha sido tu mejor historia en la consulta del medico? ¿Qué situación más ridícula te ha tocado pasar debido a tu preocupación innata? ¿Nadie…?

Venga, empiezo yo.

Podría mencionar decenas de historias dignas de manual tipo “Cómo ser un buen hipocondríaco y no morir en el intento» (nunca mejor dicho). Una de las más abrumadoras ocurrió hace unos años, cuando a mi madre le salió un bulto en el ojo que resultó ser una conjuntivitis un poco aparatosa.

Como buena hipocondríaca que soy, reaccioné ante la deformidad ocular como mejor pude hacer: Internet.

Tras quince minutos de lectura me convencí de que mi pobre madre se iba a quedar ciega del ojo izquierdo en un periodo corto de tiempo si no recibía tratamiento inmediato, así que, ni corta ni perezosa, agarré cartera y llaves y la llevé en coche al centro de urgencias más cercano.

Allí nos recibió un médico que se acababa de levantar de la siesta con los ojos casi tan hinchados como el de mi progenitora y con bastantes pocas ganas de trabajar.

-“Uhm… Parece una conjuntivitis vírica. Le recetaré este colirio (gotas para los ojos) y…”

-«¡Espere! ¿No cree que podría ser una uveítis? Tiene toda la pinta…»

De repente vi un deje de alarma en la mirada del doctor que, acercándose a mi madre, la empezó a examinar más de cerca.

“Espero que no tengas razón y no sea una uveítis, aunque ahora que lo mencionas… uhm…”

Yo comencé a entrar en pánico, (un pánico orgulloso, todo hay que decirlo… No se diagnostica todos los días una enfermedad sin ser doctora…)

-“Nah… Esto es una conjuntivitis simple… ¿Eres estudiante de medicina? Muy bien la observación de la uveítis…»

-«Eh… no….»

-“¿Enfermera?»

-“Eh… no… Hipocondríaca…»

Se puso colorado. Noté como se ofendía. Una niñata totalmente ajena a cualquier conocimiento medico casi le había convencido de un diagnóstico. Se enfadó. Sin mediar palabra nos dio el colirio y se fue de la consulta, seguramente a continuar el sueño que dudo mucho que volviese a conciliar…

Que sí, que un hipodondríaco puede llegar a ser el centro de bromas de su grupo de amigos y familiares y convertirse en un personaje gracioso por sus paranoias. Sus “enfermedades terminales” no se las cree nadie y sus dolores pasan desapercibidos por aquellos que le conocen bien. Sin embargo, la hipocondría no deja de ser una condición real, que puede llegar a afectar la vida cotidiana de quien la padece y convertirla en una pesadilla.

Así que, ¿qué mejor receta para un hipocondríaco que una buena dosis de paciencia, una pizca de humor y unas píldoras de comprensión?

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