Los 30… ¿son los nuevos 20?

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Que no te engañen.

La crisis de los 30 no llega en la tercera década de tu cumpleaños. La hecatombe, el final del mundo, las arrugas incipientes y, en muchos casos, también imaginarias, llegan el día en el que cumples 29.

Y es que claro, cuando tienes 28 primaveras eres una joven adulta con la madurez necesaria para tomar decisiones en tu vida, pero con la excusa de ser veinteañera para soltarte un poco la melena. Sin embargo, una vez que dejas atrás este número comienza el estrés y la carrera por apurar esos últimos doce meses de libertad juvenil, esos 365 días de locuras y borracheras justificadas. Los treinta asoman en forma de bruja de Blancanieves con manzana envenenada y tú no eres tan tonta como la princesa del cuento…

Y es entonces cuando ocurre la verdadera crisis. Te empapas, gracias a tu amigo Google, de todos los aspectos y características que tiene que tener una treinteañera ideal. Ves semanalmante el «Diario de Bridget Jones» y empatizas con Rachel de «Friends» cuando alcanza la treintena rodeada de Phoebe, Ross y compañía. Te apuntas al gimnasio, aunque abandonas la cinta y la bicicleta estática al cabo de un par de semanas de intentona. Vas a la farmacia y, en un arranque de locura, compras un contorno de ojos para arrugas avanzadas. Piensas en bebés y te asustas al descubrir que estás barajando la posibilidad de congelar tus óvulos. Te comparas con antiguas amigas de universidad. Estallas…

Y entonces llega tu 30 cumpleaños. Y te das cuenta de que sigues teniendo las mismas estrías y arrugas que tenías en tus veinte. Puede que sigas en tus erre que erre con tus mi-vida-se-ha-terminado-es-hora-de-sentar-cabeza, pero por regla general se te pasa la tontería.

Y te vuelves optimista. Te lías con chicos más jóvenes que tú y mientes sobre tu edad, o no. Sigues saliendo de juerga y te sueltas la melena tanto o más como cuando eras una chiquilla de 28, aunque puede que empieces a peinar canas…

¡Y te vuelves a comparar! Flaco favor te haces con eso, aunque ¡oye! a veces encuentras modelos a seguir que te inyectan dosis de juventud y esperanza que ya quisieran muchas adolescentes…

Y si no, que se lo digan a mi amiga Vicky que, a las puertas de ese huracán paranoico que convierte al síndrome de Peter Pan en la enfermedad del siglo XXI, no lo pensó dos veces y decidió cortar por lo sano. Y cortó: con su novio de toda la vida, con su trabajo aburrido y con su contrato de alquiler. Se descubrió a sí misma como un ser independiente y con mucho carácter y se lanzó a la deriva a cumplir sus verdaderos sueños.

Y déjame hablarte de Angelique. No tiene arrugas, pero la paz que transmite cuando te da uno de sus sabios consejos muestra el atractivo y la madurez que diferencia a una niña de una mujer. Es estilosa, carismática y mamá. La miras y te dan ganas de ser unos añitos años más vieja, como ella, con su melena al viento y su dulce acento francés, aunque en el fondo sepas que nunca tendrás ese tonillo en tu voz y que tu glamour deja mucho que desear cuando te pones calcetines disparejos con calaveras fosforitas dibujadas.

Al final te ríes. ¡Y es que te tienes que reír! Porque si llorases cada vez que alguien juzga tu vida no habría océano suficiente que abarcase tus lágrimas.

La sombra de los treinta se vuelve menos oscura y descubres que hay luz al final del túnel. Te enorgulleces de tus pequeñitas líneas de expresión cada vez que te ríes, porque sabes que son fruto de momentos felices que viviste en tus años (más) mozos y te asustas al comprobar lo cerca que estás de lo cuarenta…

Aunque bueno, ya sabes lo que dicen, ¿no? Los 40 son los nuevos 30…

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