El respeto al vello ajeno es la paz

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Algunos de nuestros ya cotidianos hábitos, simplemente al describirlos tal y como son, suenan aterradores. Opción A: tomar una herramienta con un filoso metal y pasarla sobre toda la superficie de las piernas, axilas y bigote (y ve tú a saber qué otras partes más) para crear la apariencia de ausencia de pelo; repetir cada tercer día. O elegir la opción B: invertir tiempo y dinero en que alguien te bañe con una cera casi hirviente y después la arranque de tu piel llevándose consigo cada uno de tus vellos; repetir cada semana.

El otro día platicaba con uno de mis mejores amigos, con quien casi no hablo desde que nos graduamos de la licenciatura, y le pregunté si “me dejaría” conducir alguno de sus videoblogs sin quitarme los pelos de la axila, pues sé que es algo que siempre le ha incomodado.

Siendo este amigo una de las personas en las que más confío y creo, me atreví a ponernos en una situación delicada para poder estudiar mejor la reacción de la gente que me rodea en cuanto a mi imagen; en este caso enfocándome en los pelos de mi cuerpo. Me contestó que dependería el tema a tratar, que lo aceptaría para hacer una serie de “martes veganos” pero que para algo creativo no lo permitiría porque “como que nada que ver ¿no?”.

¿Se dan cuenta cómo tantas etiquetas se entrelazan en esta breve conversación con mi amigo? Me pongo a analizar su respuesta y caigo en cuenta de que por no tener rasurados los pelos de la axila no puedo representar una imagen “creativa” ante sus ojos o los de su compañía (la cual se dirige a un sector del público que sé que él ha estudiado bien). Y no sólo eso, tener los pelos de la axila al natural le hizo relacionarme directamente con el “veganismo”. Habría que preguntarle qué cosas le vienen a la cabeza en relación a esta dieta.

Mi madre, persona que me trajo al mundo, autora directa de mi existencia, también se siente perturbada por la existencia de los pelos de mi axila. Si mi madre no puede tolerarlos entonces algo tiene que estar muy mal con la sociedad en la que vivo. A mi madre le da algo parecido al asco ver los pelos de mi axila, la axila de su hija.

También recuerdo el día exacto en el que la gente de la oficina en la que trabajo descubrió con amplia incomodidad que no me rasuro las axilas. Querían verme a la cara cuando les hablaba, querían, pero no podían. Sus miradas se fugaban directamente a mis axilas o a cualquier punto lejano que evitase el contacto visual pues ambos habíamos reconocido una realidad diferente a la propia en el otro.

A pesar de todo esto, no me siento ni ofendida ni agredida por ninguno de estos anticipados juicios. Simplemente la cuestión de dejarse o no los pelos en la axila me parece poco importante o relevante. También he tenido amantes que no sólo no se han sentido afectados por el hecho de que no me rasure las axilas, sino que les ha parecido seductor, quizá por su valor como algo natural de un humano real que a final de cuentas soy y todos y todas somos.

Y he de admitir que cuando era una niña y también de adolescente, incluso el pelo en las axilas de los hombres me repugnaba sin si quiera saber porqué. Quizá lo relacionaba con mal olor. Hoy en día encuentro ciertos olores corporales provenientes del sudor humano agradables o hasta atractivos. ¿Por qué? No lo sé, pero es así, y pienso que a nadie debería causarle problema lo que cada quien decida hacer con sus pelos, sea en donde sea que estén.

En ocasiones he sentido que me tengo que hacer responsable de la decisión de haber dejado de rasurarme las axilas, por absurdo que suene. Por ejemplo, si voy a una junta de trabajo; cuando conocí a los papás de mi exnovio; cuando voy a ver a mis abuelos o situaciones parecidas en las que sospeche que habrá alguien sorprendido o hasta ofendido si ante sus ojos se atraviesan mis pobremente peludas axilas, así que termino prefiriendo usar ropa que pueda cubrirme con seguridad. O en mi graduación de la universidad, por ejemplo, que incluso me rasuré (aunque después me arrepentí).

Qué drama más grande hemos construido alrededor de algo tan cotidiano y natural como el pelo que nos crece en X o Y parte del cuerpo, como para tener que hablar de ello, acotarlo, describirlo, incluir anécdotas en donde me he sentido avergonzada por ser quien soy. Si no quiero modificarme para el agrado de otros ¿merezco su crítica, su castigo?

Y de este tema podríamos brincar a tantos otros, empezando por los usos que le damos a la ropa, impidiendo que los hombres puedan estar increíblemente a gusto dentro de una gran falda larga o que las mujeres se sientan obligadas a maquillarse todas las mañanas y, por el contrario, que la gran mayoría de los hombres no se atrevan a hacerlo.

Nunca me he sentido ofendida al ver axilas o piernas libres de pelos. El hecho de que yo no quiera repetidamente retirarme los pelos del cuerpo no significa que me afecte o moleste el hecho de que alguien más así lo prefiera. Sí, es una práctica que considero innecesaria; más no es muy difícil no sentirse directamente afectado por las prácticas estéticas que cada persona opte por realizar.

Y aunque no sea un tema que todos los días me nuble la cabeza, sí es algo que preferiría eliminar de mi lista de preocupaciones, pues en el fondo sé que no hay motivos para afligirse por tener o no tener pelos en la axila. Sólo espero que podamos ser más tolerantes los unos con los otros, más solidarios, más respetuosos –sobre todo en asuntos tan livianos como éste– y redirigir nuestra energía a temas de mayor peso y relevancia, que de esos sobran.

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