Lo que aprendí tras convertirme en viuda y madre soltera a los 23 años

Compartir

Texto por Martina Bueno

Nunca olvidaré esa mañana. Salí de casa pensando en todo menos en lo que me dirían a las 10:30 am de un 27 de febrero de 2007. Estando en el trabajo, una amiga se acercó a mí caminando desde un pasillo, contándome con los ojos lo que no podía terminar de decirme con palabras.

En ese momento mi corazón y el tiempo se detuvieron. “¿Qué pasó?”, pregunté. Luis, mi esposo, había tenido un accidente mortal. Esa palabra, que normalmente ves o lees en algún encabezado de periódico, resonó en mi cabeza por varios minutos. No entendía bien, había olvidado su significado, y lo único que pude decir fue: “¿Pero qué pasó?”.

Viuda y madre soltera

No recuerdo qué fue lo que me dijo mi amiga, sólo que no podía creerlo. No podía imaginar mi vida ahora. No podía pensar en las siguientes horas sabiendo lo que me acababan de decir.

Yo tenía 23 años, era una niña, y me acababa de convertir en viuda y madre soltera de una pequeñita de sólo 3 meses, que me miraba con los ojos llenos de vida como diciéndome “todo va a estar bien”.

A partir de ese momento fue como darle restart a mi vida, con la diferencia de que tenía una hija y un montón de sueños hechos pedazos. Y aunque suene muy cliché o dramático, esa frase prácticamente definía todo.

Ese tipo de experiencias te mueven, cambian tu forma de ver la vida, tus sentimientos hacia las personas, amigos, los planes. En algún punto de toda esta bola de sensaciones nada es importante, nada tiene valor, porque simplemente sientes un vacío inmenso en el interior, inigualable y, sobre todo, sin final.

viuda y madre soltera
Martina, a los 23 años de edad, con su hija Natalia – 2007

Tratando de reconstruir mi vida

Al principio, varias veces me quedé inmóvil y observando. Esto lo aprendí de Natalia, mi hija; era tan pequeñita, tan nueva en esto de la vida y las emociones. Ella sólo se quedaba ahí, quietecita, y haciéndome pensar que podía entender y aceptar más que yo eso que estábamos viviendo.

Entonces empecé a hacer de todo para tratar de sentirme bien y quitarme los ojos tristes, la sensación de vacío y esas inmensas ganas de quedarme dormida, despertar y que todo haya sido solo un mal sueño.

Primero me recomendaron ir a terapia con un especialista, pero sentí que era más productivo salir con una amiga a tomar un café y llorar. Luego, en algún punto, me sugirieron ir por la parte religiosa y me llevaron con un sacerdote que quería que aceptara mi destino sin explicación, cosa que me pareció terrible, porque aún estaba en esa etapa en la que niegas todo y te preguntas el típico: “¿Por qué a mí?” Nada de eso me sirvió en ese momento.

Una dura verdad

Más tarde me inicié en el Reiki y empecé a hacer yoga. Sentí mucho alivio, sentí paz después de mucho tiempo. En esa misma época conocí grandes mujeres, y estando en una sesión con una astróloga –un día muy especial en el que Venus se alineaba con la Luna y la Tierra– tuvimos una larga plática y me di cuenta de que me quería morir.

Así es, quería morirme a pesar de tenerlo todo, a pesar de que mi bebé estaba preciosa y llena de vida; de que mis papás y familia  estaban conmigo; mis amigos me abrazaban y contenían cada instante. A pesar de todo eso, yo simplemente me sentía sola, vacía y triste. Tanto, que ya no quería estar aquí, en este mundo. Tal vez no se lo dije a mucha gente, tal vez a nadie, y sólo ese día me di cuenta. Me daba vergüenza pensarlo y mucho más decirlo.

El cambio profundo

Finalmente, llegó a mi vida Cecilia M, artista textil de profesión y sanadora energética de vocación. Estando sentada frente a ella, viéndome a los ojos y leyéndome entre líneas, me dijo que el universo estaba lleno de energía curativa y vida, que la podía usar, que el amor es vida y que en realidad no me quería morir.

Y le creí.

Dejé de esperar que sucediera un milagro y que un día despertara sin sentir dolor. Aprendí a no esperar nada, pero al mismo tiempo a pensar que lo que más quieres simplemente llega y que todo cambia. Que nada es permanente, nada es tuyo.

Martina en 2010

Comenzar de nuevo

En mi vida se ha escrito de todo: lo he tenido todo y lo he perdido todo. Y de repente esa vida –que la podía repasar en mi memoria– la tengo que volver a escribir, con otro lápiz, otra tinta, en otro papel. Inventar otro mundo por completo.

Ha sido extraño adaptarse a la realidad cuando piensas que está todo dicho y que la vida la tienes planeada. Ha sido extraño y por mucho tiempo incomprensible para mí, el entender que NO hay que llenar vacíos con personas que ya no están, que todo lo que nos une a la gente que amamos sigue ahí y no lo perdemos, sólo está de manera diferente.

Ahora, casi 10 años después, me siento preparada para darlo todo sin esperar nada a cambio. Me entrego por completo y confío de más en las personas, y me gusta la sensación, pero no es a propósito, así he sido siempre, sólo que por un tiempo no me daba permiso de sentirlo.

Viviendo conmigo misma

Sin embargo, no puedo negar que aún hoy, que estoy con Edgar, mi esposo, a quien amo con todo mi ser, en quien confié desde el primer momento y con quien he formado una nueva familia, me da miedo que vuelva a pasar. Sacudo mi cabeza y pienso lo increíble que es y me repito en silencio y para mí que no sucederá de nuevo, aunque ahora sé con seguridad que todo pasa, tanto las alegrías como las tristezas, y hay que seguir.

Veo mi vida hacia atrás y me doy cuenta de que en un momento tienes todo y no sientes nada, y de repente no tienes nada y sientes todo, y luego vuelves a empezar. He aprendido a vivir conmigo misma antes que con alguien más, a saber qué es exactamente lo que me duele antes de ir con alguien a que me diga.

Martina con Edgar y sus tres hijas -2016

Vivir el momento presente

Inhalar y exhalar, cerrar los ojos y pensar que vuelo, lo hago siempre, sueño con eso, lo puedo sentir en cada momento que lo intento. Puedo sentir el aire en mi cara revolviéndome el cabello, en mis brazos y todo mi cuerpo, puedo sentir incluso que entra a mi venas y ventila la sangre que corre, se abren mis poros y todo es aire que ayuda a que todo salga.

Purificarse, de todo, de mi misma, de los demás y ser libre.

Hoy puedo gritar que estoy feliz, contenta, plena. Y aunque a veces me siento cansada y agobiada por el cambio, no puedo dejar de agradecer al universo por mi familia, por mis 3 bellísimas hijas, por haberme encontrado en esta vida con Edgar, que es mi mejor amigo y un esposo amoroso a quien amo, admiro y veo cada mañana con una ilusión inmensa de estar viviendo, otra vez y con más intensidad, la vida misma.

Compartir

Recomendado

Maternar en la enfermedad: una historia de fuerza y resiliencia

Soy Paloma. Mujer, madre, hija, hermana, amiga, empleada, ama...

¿Me impediría mi condición mental ser buena madre?

“¿Me impediría mi condición mental ser buena madre?” Esa...

Recomendado