Así es pasar el Día del padre sin tener al tuyo

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Mi padre murió inesperadamente. En cuestión de días su organismo se convirtió en un campo de batalla atravesado por siete intravenosas, una sonda y cinco máquinas distintas de respiración artificial.

Le indujeron un coma: “Ayúdele a cerrar los ojos para que no le lastime la luz”, me dijo la enfermera. Puse mi mano sobre ellos, no volvieron a abrirse.

El primer Día del padre que pasé sin el mío sentí el mismo dolor que el día de su muerte, cuando lo miré en una bolsa, helado. Afuera la vida estallaba a cada paso: en las jacarandas, en quienes fueron a recoger a sus padres y se los llevaron para comer juntos en casa. En cambio, yo tuve que irme en una carroza funeraria con sus restos.

Nada vuelve a ser igual

Cuando tu papá muere, lo que consideras clichés baratos y frases trilladas se convierten en realidades: una parte de mí se murió con él, sentí la pérdida como si me hubieran cortado de tajo una parte del cuerpo y, sí, desde entonces nada ha sido igual.

A mi padre lo recuerdo todo el tiempo, no solo en festejos establecidos. A veces lo evoco en sus mejores días: amoroso, comprensivo, inteligente, gracioso, generoso. Lo veo leyéndome cuentos y jugando conmigo en el parque, cuando burlábamos horarios y compromisos para desayunar o comer juntos, lo mucho que reímos o cuando fue en mi auxilio, —ya grandecita— para salvarme de una cucaracha en la pared.

Otras, lo recuerdo atormentado, preso de un trastorno depresivo que jamás atendió; chantajista, vampiro. Definir nuestra relación como perfecta sería absurdo, estaba muy lejos de serlo, hubo muchas turbulencias y heridas, días del padre que ni siquiera celebramos, lapsos de furia, silencio y distanciamiento.

El amor persiste

No es un secreto, lo amé, pero también lo odié y él a mí; nos hicimos daño, pero también nos dimos amor, apoyo y complicidad. Comprendo que, al igual que mi madre, hizo lo mejor que pudo, aun con sus heridas a cuestas.

Mi padre tuvo una vida dura, navajeada por la pobreza, el trabajo infantil, la ausencia paterna, la depresión y la adicción. Entre más pienso en lo que sorteó, creo que no lo hizo tan mal.

Pasar la celebración del Día del padre (y el resto de los días) sin el único hombre que me ha amado incondicionalmente es, por decir lo menos, difícil.

No volveré a ser hija, no sé si otro hombre me querrá de esa forma tan intensa y absoluta: nunca dudé de su amor, ni siquiera en nuestros momentos más oscuros y duros.

Ojalá supieras papá

Cuando mi papá se fue pensé que quizá él querría que lo acompañara, pero luego entendí que ya habíamos sufrido bastante y que lo mejor era intentar ser feliz por los dos, no como una carga, sino como una forma de honrar su vida y revalorar la mía.

Sé que mi papá estaba orgulloso de mí, siempre me motivó a no dejar mi oficio a pesar de las dificultades. Ojalá supiera lo mucho que he crecido desde que se fue, que he hecho cosas que nunca hubiera imaginado y he estado en lugares a los que nunca creí que iría.

Me gustaría que supiera que he seguido su consejo: nunca dejes de escribir.

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