Fui a un festival del 10 de mayo… y no fue como el Vive Latino

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Por Karen Valdez. Feminista, psicóloga especializada en violencia familiar

Mi primer festival del 10 de mayo, como mamá, sucedió un sábado 4 de mayo. Eran las 2:40 de la tarde y hacia demasiado calor. Había sido un triunfo salir de la casa, mi hijo no quería vestirse y yo había invertido un buen rato en cambiarle, arreglarle y ajustarle de última hora la camisa color rosa que le habían pedido llevar.

Mientras conducía imaginaba lo que me esperaba: un espectáculo denso donde mi mayor aspiración no era que mi hijo diera algún pasito que simulara el baile, sino terminar el día sin que él rompiera en llanto.

¿En verdad tenía ganas de ver a mi hijo en ese escenario, intentando bailar, vestido de chambelán? Creo que no.

La obligación de estar frente a muchas mamás aplaudiendo un espectáculo inaplaudible impedía que disfrutara esas cosas que, en lo privado, me divierten de mi hijo todos los días: ver cómo aprende canciones, cómo supera sus miedos, cómo toca instrumentos, cómo expresa sus negativas ante algo que no quiere. Pero el reforzamiento colectivo del mandato de la maternidad que implican los festivales del 10 de mayo, ese no me agrada.

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Dudas sobre la maternidad

Más allá del origen, cuestionable, del 10 de mayo, en esta travesía de la maternidad me han surgido dudas como por ejemplo: ¿Hasta qué punto se vuelve un mandato social ser madre? No solo en las acciones, también en las emociones que estamos obligadas a sentir.

Saber, por ejemplo, que debemos llorar solo porque nuestro hijo nos dijo mamá, y si lo hizo enfrente de alguien y no logramos la lágrima, entonces debemos sentirnos malas madres.

Llegando al festival

Llegué al festival del 10 de mayo, los boletos estaban enumerados y a mí me toco hasta atrás, eso quiere decir que tardé mucho en comprarlos, primer tache.

Estuve cerca de otras mamás, abuelas, papás, abuelos, tías y tíos y en mi caso hasta la bisabuela. La directora de la guardería se deshacía en halagos y coaccionaba la participación de las niñas y los niños al aplauso. Y esa acción, tan insignificante, me hizo preguntarme, en este público de más o menos 350 personas, ¿cuántas serán madres arrepentidas?

Sí, arrepentidas. Esas madres que en pleno festival del 10 de mayo, después de haber pasado una noche entera cosiendo un disfraz, deciden que no disfrutaron ninguna de las dos cosas y que, si les dieran a elegir, preferirían no hacerlo.

Es más, elegirían no tener hijas o hijos, pero no se atreven a decirlo, porque inmediatamente serían tachadas de “malas madres” o, peor aún, “malas personas”.

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Sobre «elegir» ser madre

En un contexto social patriarcal se romantiza que la mujer se quede en casa, entonces nos volvemos víctimas de las dobles o triples jornadas, las cuales naturalizamos bajo un esquema de creer que, como madres, debemos padecer y esforzarnos sin quejarnos jamás “porque nosotras lo elegimos”. ¿En verdad lo elegimos?

¿Cuántas veces a las 3:00 de la mañana, después revisar tareas o terminar una maqueta, nos hemos permitido arrepentirnos por haber “elegido” ser madres? (en el caso de que haya sido una elección consciente). Y voy más allá: ¿cuántas veces en verdad nos hemos permitido que no solo se quede en nuestros pensamientos, sino expresarlo? Muy pocas.

Me he enfrentado al juicio de otras madres cuando me permito hacer chistecillos acerca de mi maternidad, que en realidad son una crítica a la tensión que me provoca la actividad cotidiana de encargarme por completo de un ser humano que solo con verle me enamora, pero que no termina de convencerme de una exigencia a la cual solo yo estoy obligada.

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Cae el telón…

Al quinto acto del festival del 10 de mayo (cada uno con encore forzado) pensé que la maternidad sigue siendo un medio de control refinado hacia las mujeres.

Solo cada una de las que estaba ahí sabe lo que pasó antes de llegar. Si dejó de hacer algo que le gustaba más; si peleó con su pareja por su poca participación en los procesos de crianza; si debió trabajar para generar más ingresos o si estaba tan cansada por las labores domésticas que hubiera preferido dormir, pero todas estaban ahí sonriendo, aplaudiendo y cediendo a la presión social de ver a su creación representando lo que se dijo era amor. Y, claro, seguro que más de una se sintió genuinamente feliz pensando que todo vale la pena por esos momentos.

Quizá en lo único que un festival del 10 de mayo se parece al Vive Latino es que cerraron el show cantando una rola que jamás había escuchado. Mi hijo ya estaba jugando sin hacer caso de lo que pasaba y nadie de quienes me acompañaron quiso salirse antes: “no fuera a ser que nos vieran feo”.

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