#MeTooMx: así he vivido (y sufrido) el mundo del periodismo

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Llevo ya algunos años en el mundo del periodismo. Estuve en varias redacciones antes de comenzar a trabajar por mi cuenta y he aprendido algunas cosas sobre esta industria: mastica y escupe a becarios y empleados por igual; le fascina el contenido bueno, bonito, que no les cueste un peso y tiene como prácticas habituales el acoso y el abuso.

Ignorantes, arrogantes, vulgares

Pese a que la universidad te da una probada del sexismo y la misoginia que reinan en estos espacios, cuando eres estudiante las redacciones suenan como lugares excitantes, llenos de misterio, de conocimiento, de personas cultas e interesantes. Sitios en los que los hombres te ven como su igual; eso es lo que creía.

En 2009 pisé una redacción por primera vez y en ella conocí a algunos de los hombres más ignorantes, arrogantes, vulgares y francamente despreciables con los que me he topado.

El menosprecio hacia la inteligencia y la capacidad femenina que ocurre en la escuela se endurece en los medios: eres una «pendeja» hasta (y aunque) demuestres lo contrario.

La llegada a tu lugar de trabajo era una pasarela en la que cada centímetro de tu cuerpo era inspeccionado por varios pares de ojos moviéndose descaradamente por él.

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La vieja dicotomía «santa» o «puta»

Así como para la sociedad en general somos santas o putas, en la redacción también había dos opciones: eras de las «putas provocativas» (es decir, las que gustan de arreglarse, usar prendas cortas o ajustadas) o pertenecías al grupo de «viejas fodongas» que ¡cómo se atrevían a llegar así a la redacción!

Todos se sentían con derecho a criticar tu cuerpo, a tocarlo, por lo menos intentar, o darte “un masajito” no pedido.

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«Piensa como cabrón»

No he sufrido los terribles abusos denunciados por mis colegas, pero sí me han citado a las 10 de la noche en un departamento para una entrevista de trabajo, “para echarnos un vinito y platicarlo”.

Me han expresado abiertamente sorpresa porque las mujeres somos seres pensantes, de hecho, un “halago” recibido comúnmente si escribes “bien”, es que lo haces como hombre, porque tú sí “actúas y piensas como cabrón”.

Permanecí hasta 2011 en esa redacción y publiqué mis primeros textos ahí. Pedí mi plaza dos veces y me dijeron que tenía que laborar un año más sin salario formal, sólo tenía la ayuda económica ($700 pesos).

Mi jefe me dijo que podíamos intentar en enero. Llegó dicho mes y mi editor me dijo que no habían abierto la plaza, pero que había una opción: señaló la oficina de los jefes mientras me decía que podía ir a su oficina y pedir el puesto de otra forma (sexo, obviamente).

«Sólo te lo comento, yo te aconsejo que no lo hagas, creo que tú no eres así” fue su respuesta ante mi sorpresa.

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Condiciones humillantes

Para entonces ya era insoportable ver cómo a las personas que fungíamos de auxiliares se nos reducía a mandaderos, patiños y punching bags.

Una constante en muchos puestos de poder en medios es que están regidos por personas veleidosas, con una marcada inestabilidad emocional, mujeres y hombres que creen que los gritos y la humillación pública traen motivación y mejor desempeño.

Tuve experiencias iguales —y peores— en otros medios, hasta que en 2012 tuve mi primera jefa y editora, quien tuvo un trato muy distinto desde el inicio: fue la primera vez que se me ofreció un trabajo desde casa, lejos del ambiente de las redacciones.

El apoyo de otras mujeres

Apoyada por mujeres fue como pude abrirme camino de manera independiente: con algunas excepciones, han sido ellas quienes más me han apoyado, de quienes más he aprendido y me han hecho crecer.

Me han conseguido empleos cuando ellas no tenían alguna oferta, me han pagado de su bolsa y me han dado reconocimiento. Desde luego hay directoras y editoras que son todo lo opuesto y son conocidas en el medio, pero no ha sido mi experiencia, que es desde donde hablo.

La violencia tiene que salir

Asimismo, nada es perfecto: la ausencia de prestaciones es un mal común, la violencia económica que sufrimos es un tema del que apenas se ha hablado en estos días y también tiene que salir.

Los pagos son insuficientes o nulos y los medios quieren prolongar el becariado el mayor tiempo posible, no hay estabilidad de ningún tipo y muchas personas que ejercen el periodismo viven en riesgo o han sido asesinadas.

El movimiento #MeTooPeriodistasMexicanos y sus variantes está mostrándole a las audiencias lo que las mujeres siempre hemos sabido: el acoso está presente en todos los ámbitos.

Es importante que estas denuncias salgan, porque la violencia económica y sexual, además de la misoginia, siempre se han normalizado, son vistas como «gajes del oficio», algo que te vuelve fuerte y que debes tolerar.

Una conversación necesaria

La conversación es necesaria, pero no suficiente, es momento de que las empresas y los hombres al interior del periodismo –y demás industrias– cuestionen a esos «tipazos» que defienden.

No basta con que nos adviertan de sus congéneres, tienen que reconocer, y lidiar, con el hecho de que el abuso posee rostro familiar, impregna lazos de sangre y se oculta bajo carisma y posiciones de poder. Lo que no necesitamos es lo que más hemos encontrado en los colegas: el silencio brutal.

Los abusadores se han pavoneado en las redacciones, siempre orgullosos de sus bajezas, pero no más. Pueden decir lo que quieran sobre las denunciantes, pero quienes hemos trabajado al interior de las redacciones sabemos que esto es solamente su vileza regresando hacia ellos.

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