Cómo encontrar un vestido de novia en 4 caóticos pasos

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vestido de novia
Foto. Samantha Gades

Ah, el vestido de novia. La prenda más cara, más especial, más elegante, más “tú” de toda tu vida. La que va a ser fotografiada millones de veces y que tus descendientes van a publicar en el equivalente a Instagram de 2050 para que todxs sus amigos opinen sobre tu estilo.

En resumen: casi nada de presión, ¿eh? Todo cool.

Debo admitir que yo caí redondita en la trampa del «vestido perfecto». Como me encanta la moda, esta es una de las partes que más me han emocionado de todo el proceso de casarme. Para que lo vivan conmigo, les comparto mi estrés experiencia.

La planeación: ¿qué tipo de vestido de novia quiero?

Cuando empecé esta búsqueda, tenía ciertos requisitos para “EL vestido”:

1. Que no fuera blanco (la boda no es religiosa y el color blanco no me queda especialmente bien).
2. Que costara $4,000 pesos o menos.
3. Que fuera fresco y apropiado para una fiesta al aire libre en pleno verano yucateco.

También tenía como preferencia que fuera vintage, porque me gusta mucho la ropa con historia. Y que fuera corto, porque en general no me siento cómoda con vestidos largos.

El berrinche: mi vestido no será de diseñador

En los inicios del proceso, me enojé mucho con la blogger Leandra Medine, creadora de Man Repeller. Ella no lo sabe, pero nuestra relación pendió de un hilo por unos días.

Todo porque leí un texto en el que ella se queja un poquito de que el vestido Marchesa que usó en su boda no iba al 100% con su estilo. Sí, el vestido Marchesa que se compró después de mandarle un mail al equipo de RP de la marca. Ugh, Leandra, un poco de empatía con las que jamás podremos comprar un vestido de ese nivel.

Al menos eso me sirvió como lección: los consejos de las bloggers famosas no aplican a una boda tan sencilla como la mía.

La búsqueda: ¿dónde comprar un vestido en línea?

Mi hermana J ya había planeado venir a CDMX a visitarme, pero adelantó un poco su viaje para convertirlo en “misión buscar vestido”. Obvio, no pude esperar, y casi desde que decidimos hacer una boda yo ya estaba peinando páginas de internet en busca de un atuendo ideal.

Cada vez que estaba aburrida, revisaba páginas como Asos o la mexicana Nude Studio, además de tiendas de consignación como The Real Real o Troquer. Nada me enamoró y me di cuenta de que, aunque tengo buen ojo para la ropa casual, para mí es esencial probarme las prendas formales antes de comprometerme. Así como viví con mi novio antes de casarme: me gusta tener certezas.

¿Quieren un toque de realidad que yo no encontré en el texto de Leandra? De haber encontrado algo, no habría podido comprarlo, porque mi cuenta estaba casi en ceros. Me depositaron la colaboración freelance que pagaría mi vestido justo un día antes de que J y yo saliéramos a las tiendas.

La decisión: ¡ya tengo vestido!

En los seis años que llevo en la CDMX, he visto abrir y cerrar muchas tiendas de ropa vintage. Se han creado más bazares y eventos de trueque y el mercado está creciendo, pero lo que me encanta de este tipo de prendas (que son únicas y que encontrar una perfecta requiere de suerte), jugaba en mi contra en esta ocasión. Estaba muy consciente de que era posible encontrar algo “perfecto”, pero demasiado pequeño o demasiado grande para mi talla… O incluso no encontrar.

Para no hacerles largo el cuento: eso fue más o menos lo que sucedió. De las tres tiendas que seleccioné (De nuez, Vintage hoe y Mi viejo amor vintage), solo en una encontré opciones a mi gusto. De hecho, me enamoré del primer vestido que me probé: era largo, no blanco ni vintage y entraba en mi presupuesto.

No lo compré enseguida: entré a otras tiendas y platiqué con mi hermana. A las dos nos emocionaba el potencial de styling del vestido, pero lo cierto es que no parece nada un vestido de novia: no es blanco ni color pastel y tiene un estampado que no es de flores. A mí me preocupaba “decepcionar” a mis invitados o arrepentirme en unos años.

Entonces me sacudí la cabeza de lo tradicional y de los estereotipos y lo vi desde otro ángulo: era un vestido que me armaba perfecto casi sin necesidad de alteraciones y que era ideal para una fiesta casual en un jardín. Ya tenía el look de maquillaje y peinado en la cabeza y los zapatos perfectos en mi clóset. No tenía que ser “el mejor vestido de mi vida” y de hecho, mejor que no lo sea: pienso usar vestidos por muchas décadas más.

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