Esta es la razón por la que nadie puede ser indiferente a la violencia de género – #NiUnaMenos

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La violencia de género es uno de esos temas incómodos que muchas personas prefieren tratar de lejitos porque, al fin y al cabo, a ellas “nunca les va a pasar”. Pero sucede, y sucede a diario en nuestro país y el mundo entero. Le pasa a nuestras mamás, tías, hermanas, amigas. Nos pasa a todas.

Yo la viví de niña con abuso sexual. La viví en mi adolescencia con un novio celoso. Y la vivo todos los días al salir a la calle, porque la violencia de género puede comenzar con algo tan sencillo como el cat calling o la manipulación emocional y escalar, en sus casos más extremos, a violaciones y asesinatos como los que a diario vemos en las noticias.

De acuerdo con un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) publicado en noviembre de 2015, en México “63 de cada 100 mujeres de 15 años y más, residentes en el país, ha experimentado al menos un acto de violencia de cualquier tipo, ya sea violencia emocional, física, sexual, económica, patrimonial, y discriminación laboral”.

Y si las cifras no te asustan o no te dicen nada, entonces entra a las redes sociales y sigue hashtags como #NiUnaMenos o #MiPrimerAcoso. O pregúntale a tus amigas y colegas del trabajo si han tenido alguna experiencia al respecto. Yo hice el ejercicio con mujeres que elegí al azar en mi Facebook, y de quienes no tenía idea si habían sufrido algún tipo de violencia o no. Tristemente y para mi NO sorpresa, todas tuvieron una anécdota que contarme.

Aquí sus testimonios:

«Fui abusada cuando tenía un año»

Desde que nacemos, alrededor de nosotras gira esa horrible posibilidad de ser violadas, violentadas o asesinadas simplemente por el hecho de haber nacido mujeres. Incluso, aún sin tener la capacidad de entender lo que es la violencia, el abuso, o incluso la propia condición de género, muchas de nosotras ya somos parte de esas cifras. Ese es mi caso. Fui abusada sexualmente por un familiar muy cercano cuando tenía solamente un año. Sí, has leído bien… un año. No sé si es posible imaginarse a una niña de esa edad en una situación así, la mente se niega porque parecería demasiado aberrante para ser real. Pero pasa, y con mucha más frecuencia de lo que nos imaginamos, porque la violencia no perdona edad, condición social, nivel económico o estatus familiar.

Fui consciente de este suceso hasta mucho tiempo después, ya adulta, por medio de mucho trabajo psicológico y espiritual. Tuve una regresión a ese momento y fue cuando entendí el porqué de muchos patrones de comportamiento propios, con los que cargaba desde hace mucho tiempo y que no entendía de dónde habían salido. Entendí el por qué de muchas cosas de mi desarrollo afectivo, psicológico y sexual. Poco a poco he ido superando ese hecho, aceptándolo como es, pero sabiendo que nada me condiciona como persona y como mujer. Sé que habrá muchas otras mujeres con vivencias similares. Todas somos sobrevivientes, pero ante todo, estamos aquí para gritar y hacer escuchar nuestra voz:  ¡Ni una más!

«Un novio abusó emocionalmente de mí»

Tuve un novio que abusó emocionalmente de mí básicamente durante los dos años de nuestro noviazgo, y aunque jamás me pegó o agredió físicamente, sí me tocó que me azotara la puerta del auto, revisara mis correos, me mandara a cambiarme de ropa (porque según él todos los hombres me iban a morbosear) y me rompiera un celular. En el momento no lo veía como violencia, sino simplemente pensaba que así era su temperamento cuando se enojaba y yo tenía que aceptarlo. Me costó muchísimo salir de esa relación, pero hoy que lo veo en retrospectiva me doy cuenta de que era algo sumamente abusivo que jamás me permitiré repetir.

«Estaba grabando con su celular debajo de mi vestido»

Fue en una estación de tren. Validé mi tarjeta de transporte para pasar por las puertas y en cuanto crucé escuché cómo alguien pasaba inmediatamente detrás de mí. Me sorprendió un poco que esta persona saliera de la nada, pero pensé “Seguro y no tiene dinero u olvidó su tarjeta de transporte”. En fin, no le di mucha importancia y me detuve para mirar en la pantalla el número de la plataforma que tenía que tomar. Vi que él igual se detuvo y me quedé quieta, esperando a que él pasara frente a mí. 

Lo seguí de reojo y vi que se fue por el lado izquierdo, entonces yo me fui por las escaleras del lado derecho y comencé a bajar rápidamente. 

De pronto escuché cómo sus pasos caminaban hacia las escaleras en las que yo me encontraba y las bajaba rápidamente. Todo pasó muy rápido. 

Dejé de escuchar sus pasos, miré de reojo hacia atrás y no lo vi. Asustada me di la media vuelta y ahí estaba, completamente detrás de mí, pegado a mí, semi agachado y con el celular entre mis piernas grabando debajo de mi vestido.

Mi reacción al verlo fue gritarle y después me quedé congelada mientras lo veía correr hacia arriba. Estaba temblando, confundida, angustiada y con rabia, mucha rabia. Me senté en una banca y empecé a llorar. La misma escena se repitió más de 100 veces en mi cabeza mientras trataba de tranquilizarme, pero no podía sabiendo que un idiota había violado mi espacio personal. Un idiota al cual no lograba recordarle la cara me había acosado. 
Me sentía vulnerable, paranoica y débil. “Debí haberlo empujado”, “Le debí de haber quitado el celular y romperlo en su cara”, “Lo debí de haber seguido y denunciarlo con la policía”, “Le hubiese dado una patada en la entrepierna” era lo único que pasaba por mi mente.

Ahora me siento intranquila cuando camino por las calles, me asusto cuando alguien se acerca a pedirme direcciones y me siento incómoda cada vez que me pongo un vestido.

«Mi madre me hizo guardar silencio»

Cuando tenía 7 años un hombre de mi familia, que en realidad siempre fue un completo desconocido, arrebató mi inocencia. En aquel momento no sabía que era lo que me había pasado, porque desconocía el nombre de aquella agresión. Mi madre me hizo guardar silencio y decir que no pasaba nada, porque de esos temas no se habla, son una «vergüenza». Tiempo después aprendería que se llamaba violación. Después de la agresión jamás volvimos a hablar de eso, pero cuando veía a mis compañeras de la escuela pensaba ¿cómo puedo volver a ser como ellas?¿cómo puedo ignorar esto?.

Aprendí a vivir con miedo e incluso alguna vez me descubrí pensando si en aquella ocasión, a los 7 años, yo pude haber provocado aquel «incidente», porque me enseñaron que es la mujer la que tienta a los hombres y que ellos solo siguen su instinto. Con los años ese miedo comenzó a convertirse en enojo de vivir en una sociedad que me exigía mantener silencio para que todos pudieran vivir tranquilamente sumergidos en la indiferencia.

Aprendí que el silencio me condenó y condenó también a mi familia y a las otras víctimas de mi agresor. El silencio nació de la vergüenza inculcada por la ignorancia. La vergüenza de una niña de 7 años, cuyo cuerpo era imposible que fuera provocador; la vergüenza de una familia que no tenía la fuerza y la educación suficiente para saber cómo romper con esa cadena. Por eso hoy creo que es importante no callarse, saber que no estamos solas y tenemos el derecho de vivir sin miedo. Que todas merecemos andar libremente por la calle sin temor a ser juzgadas por cómo vestimos, actuamos o hablamos. Hoy nos toca gritar NI UNA MENOS, por aquellas que no tuvieron la oportunidad de sobrevivir y contar su historia. Tenemos que gritar VIVAS NOS QUEREMOS porque hay que romper el silencio para acabar con el miedo».

«Me levantó la falda»

Una vez en la escuela (secundaria, para ser exactos) iba camino hacia el baño y un niño me levantó la falda y me dio un agarrón de nalga tremendo. Cuando fui a decírselo a mi prefecto me dijo que yo me lo busqué por tener la falda arriba de las rodillas.

«Me pasó cuando tenía 7 años»

El abuso sexual no es únicamente realizado por adultos. De hecho, investigando en internet, descubrí que el 30% del abuso sexual infantil lo realizan menores de 18 años. Casi no se habla de eso, porque es difícil de digerir la idea de un niño abusando de otro.

A mí me pasó cuando tenía siete años con mi primo de 12. Mis papás no tenían mucho tiempo de haberse divorciado y muchas veces cuando mi papá pasaba a buscarnos a mis hermanas y a mí, supuestamente para convivir con nosotras, no tenía tiempo y nos dejaba en casa de una tía… y sucedió una de esas veces. Lo más fuerte para mí fue que cuando se lo comenté a mi papá, lo único que me dijo fue «pero mejor no digas nada, porque ya sabes cómo es tu tía». Toda la vida me siguió llevando, sin importar la cantidad de ansiedad que a mí me causaba y cuánto lloraba por estar ahí, siempre fijándome de no estar dentro del mismo cuarto con mi primo y asustada por cuándo iba a volver a suceder. Nunca volvió a pasar, pero también me quedé esperando que mi papá me dijera algo más, pero no volvimos a tocar el tema.

Creo que la violencia de género es tan fuerte que aún y cuando yo tenía siete años creía que yo lo había provocado, porque toda la vida había tenido un super crush con mi primo, y sentí que si eso había sucedido había sido mi culpa. Mi papá nunca me sacó del error, ni me protegió evitando que yo conviviera con él.

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